Presentación

"El trabajo no debe ser vendido como mercancía, debe ser ofrecido como un regalo a la comunidad"

Ernesto Che Guevara



Por el derecho que tienen los pueblos a saber su propia historia. Por el derecho a conocer sus tradiciones y cosmovisión indígena. Por el derecho a conocer la leyes que los amparan. Por el derecho a socializar el conocimiento liberándolo de la propiedad privada, del autor individual, la editorial, la fundación, la empresa, el mercado y cualquier otro tipo de apropiador que ponga precio a lo que es patrimonio de la humanidad.

Siguiendo el ejemplo de la cultura del regalo que practican los pueblos originarios de todas las latitudes y en la conciencia de que el otro, es también mi hermano: “sangre de mi sangre y huesos de mis huesos”, concepto que los indígenas de Venezuela resumen con el término pariente, he desarrollado esta página, con la idea de compartir estos saberes, fruto de años de investigación en el campo antropológico, para que puedas hacer libre uso de un conjunto de textos, muchos de los cuales derivaron del conocimiento colectivo de otros tantos autores, cuya fuente ha alimentado mi experiencia humana y espiritual.

A mis maestros quienes también dedicaron su vida a la investigación en este campo, apostando de antemano, que por este camino jamás se harían ricos, a los indígenas que me mostraron sus visiones del mundo, a los talladores, ceramistas, cesteros, tejedores, indígenas y campesinos que me hablaron de su oficio.

A Roberto y a Emilio quienes murieron en la selva acompañándome en aventuras de conocimiento, a mis colegas de los equipos comunitarios de Catia TVe, a los colegas de los museos en los que he trabajado, a mis compas de la Escuela de la Percepción, a mis amigas que me han apoyado y a los que me han adversado, mi mayor gratitud.

Lelia Delgado
Centro de Estudios de Estética Indígena
Leliadelgado07@gmail.com

martes, 17 de mayo de 2011

Estrategias de Sobrevivencia: Reseña Artesanal del Estado Falcón.





I.

Como en un espejismo,  el paisaje se disuelve tras la nube de polvo que se levanta a nuestro paso. ¿ Puede algo ser más misterioso, claro y limpio que presagiar  el agua cayendo sobre los tejados  de arcilla y paja, en los lugares donde nunca llueve  y el sol va calcinándolo  todo?. He recorrido muchas veces los territorios esteparios de Falcón con distintos propósitos y  me he sorprendido preguntándome siempre por  la fijeza de sus gentes,  por su fidelidad al árido paisaje. ¿Cómo  acceder a la   majestad  y la riqueza de esta tierra,  para ver  lo que se oculta y se revela sólo a aquellos que han aprendido a penetrar otras formas de la realidad,  las cuales  parecieran precisar un particular estado del alma?.

Hace años, viajando en el asiento posterior del destartalado Jeep del Profesor  Cruxent,  por el valle interior del río Pedregal, supe de las formas de vida de unos pueblos trashumantes, cuya larga  travesía se había iniciado miles de años antes de nuestra era.

Los que se concentraron en diversos sitios del Estado Falcón, debieron atender a  las fluctuaciones estacionales de alimentos,  hasta desarrollar una  tenaz  actividad que  hiciera  frente al dudoso éxito en la cacería de una fauna en extinción,  pues las constantes remodelaciones del planeta habían introducido cambios climáticos  que modificaron las condiciones de vida de plantas y animales cuyos  nombres fantásticos  todavía nos seducen. Gliptodontes y Megaterios,  una suerte  de  cachicamos  y perezas gigantes, encontrados  en  Taima-Taima, en los  aledaños  de La Vela de Coro o en  las xerófilas inmediaciones de Sarare en el vecino Estado Lara. 

Así,  los primeros artesanos, cazadores antiguos  de Venezuela,  fabricaron las armas habituales de su modo de vida;  arcos, flechas,  lanzas, jabalinas, cuchillos, raspadores y buriles. Al tiempo,  produjeron con cuarzos, pedernales y otras materias líticas, las  más extraordinarias puntas de proyectil de esta parte del continente,  encontradas en  las inmediaciones de El Jobo, y extrañamente similares a las del complejo Ayampitín en la Argentina Central.

En la península de Paraguaná, cerca de  Pueblo Nuevo,  pudimos ver aflorada sobre el suelo, la arista filosa de los cuarzos lechosos que conformaron los talleres de fabricación de artefactos y utensilios  usados por estas gentes en las faenas cotidianas. Sin embargo, estos montones de piedra y arena que atesoraban el polvo de sus muertos,  parecían atestiguar desde  el fondo de la tierra el fin de un tiempo; el tiempo de los cazadores.

Estos yacimientos semejaban los restos de un desastre, poco o nada nos hablaba de los antiguos saberes, de la  dimensión simbólica de una  cultura cuya cosmovisión debió dar cuenta de los movimientos de los astros en la transparencia de su incomparable bóveda celeste. La cuenta infinita de los años sólo nos convocaba al olvido. Mitos, magia y sortilegio, eran apenas perceptibles en el crudo murmullo del viento,   loco tropel que se desvanecía en el infinito.

Como quien regresa   sobres  sus cenizas, en los mismos lugares que vieron nacer y morir a los antiguos cazadores de Falcón. Hacia los 4.000 años antes de Cristo, mientras el agua de los mares alcanzaba su máximo nivel  modelando  de nuevo las regiones litorales. Otros hombres, quizás  los remotos descendientes de los primeros habitantes, comenzaron  una nueva forma de vida. Aprendieron a usar  la espina ponzoñosa de la raya para fabricar jabalinas arponadas y otras armas arrojadizas. Con  las conchas de caracoles marinos tallaron hachas, asadas y gubias usadas para calar  el hueso y la madera, respondiendo así  al diario desafío de la naturaleza.

No sabemos bien la cadena de hallazgos  que fueron cambiando el modo de vida de los recolectores marinos hasta  los  inicios de la agricultura y la alfarería en el Estado Falcón. Sin embargo, la cerámica arqueológica encontrada  a lo largo del golfo de Coro y en  la península de Paraguaná conservó intacta la huella  del enrollado y alisado del barro fresco, y las quemas en piras al aire libre, métodos usados todavía por las loceras de las inmediaciones de Miraca, Pizarral o San José de Cocodite.

Los antiguos alfareros   fabricaron botijas,  botellas, ollas y vasijas  de base anular, decoradas con cintas, cadenetas  o  botones de arcilla  toscamente aplicados. Utilizaron también la decoración incisa  y  la pintura de motivos geométricos hechos en negro, sobre engobes de color blanco y rojo en menor medida.

II.

Coro, sus templos, su casco histórico,  sus museos,  sus casas restauradas. He caminado estas calles empedradas como  una sombra que se introduce en  un escenario fantasmal,  esperando el instante preciso en el que su luz esplendente me acogiera en una suerte de revelación para comprender las distancias entre su pasado y su presente.

Pero las revelaciones nos encuentran siempre  en los lugares más insospechados,  quizás en un recodo de la memoria de esta ciudad que viera florecer, bajo disposiciones obispales,  el trabajo artesanal de orfebres, ebanistas, pintores, escultores,  doradores y talladores de retablos de los templos que se fueron erigiendo, pues era requisito indispensable que cada iglesia contara con la imagen de su patrono y ornamentos litúrgicos hechos  por lo menos en plata.

De allí, los  primeros  contratos laborales relacionados con actividades artísticas y artesanales  que se conocen en Venezuela, hechos a  favor de   Tomas de Cocar, pintor del cuadro de  Santa Ana, patrona de la ciudad,  solicitado  para la capilla mayor de la Catedral de Coro; Pedro de la Peña,  maestro carpintero, a quién se le encargara la  talla de su   retablo y  a Juan Agustín Riera, pintor y escultor de un   Monumento de " lienzo de algodón cubierto de yeso pintado de blanco y negro con los pasos de la Pasión" (1). Obras que perecieron en 1659,   tras la locura incendiaria y saqueo del pirata inglés Cristóbal Mings.

Es posible que a los plateros Melchor de San Juan Recalde o Bartolomé Díez, también les fueran encomendadas piezas destinadas al ritual eucarístico.  Aunque poco ha quedado de las crónicas sobre  la orfebrería  civil del siglo XVII,  se encuentran algunas joyas como  collares, gargantillas, broches, aros y sortijas,  adornados con piedras preciosas y perlas, además de piezas del ajuar doméstico; cubiertos y saleros de plata,  todo lo cual es exhibido actualmente en el Museo de Coro  " Lucas Guillermo Castillo".


La primera mitad   del siglo XVIII, vio  la renovación económica  y la reconstrucción de la ciudad. El incremento de su población, el establecimiento de  grandes plantaciones de cacao y caña y  las exportaciones legales e ilegales, convirtieron a Coro en  cabeza de puente de un  tráfico esclavista  hacia el interior de  la provincia, al tiempo  que se incrementó  la demanda de artesanos,  orfebres y carpinteros,   los cuales  constituyeron los  gremios más numerosos  de la  Coro hispano-provincial (2).

De esta forma, antes de 1759  existían por lo menos diez plateros y ayudantes activos, diestros en la evaporación  del oro y del mercurio, para producir el dorado al fuego, pues en sus diminutos  crisoles se atesoraban los símbolos sagrados (3).  Entre  los talleres más conocidos cabe mencionar  los  de  Francisco Javier Miquelena, Antonio y Juan de Jesús de Mora,  Nicolás Tramonti, Gregorio Espejo y Antonio Adames, a quién se le atribuyen las piezas más extraordinarias de toda la orfebrería coriana, como es el monumental sagrario de la parroquial y posiblemente la urna del monumento, fechadas en 1764 (4). 

Para esa época,  la vinculación natural  con Curazao y  la residencia de artífices holandeses, trajo nuevos estilos y  técnicas que modificaron el gusto de la próspera sociedad coriana, reflejado no solamente en la orfebrería sino también  en la fabricación e importación de muebles y otros objetos de artes decorativas provenientes  de las vecinas Antillas.

A la par, algunos ayudantes de los  maestros pintores aprendieron  los rudimentos básicos  de la pintura y el uso de sus materiales. Quizás  aquellos que apenas habían practicado el dibujo o sólo coloreado grabados que servían a sus maestros de modelo de iconografía cristiana, iniciaron  su oficio de pintores populares,  copiando, a pesar de sus recursos elementales, santos sorprendentemente originales, hechos sobre sencillas maderas, que emulaban grabados flamencos, italianos o catalanes. De esta manera,  han llegado hasta nosotros  anónimas Divinas Pastoras, Nazarenos, Angeles y Arcángeles, bellamente policromados, venidos de Coro, Cabure o Borojó  (5).

III.

¿ Pero de qué depende que una tradición artesanal se termine o florezca en un determinado momento?. Las causas parecieran trascender el objeto artesanal mismo, pues detrás de sí,  un complejo tejido social  va urdiendo y tramando economía, tecnología, procesos migratorios, materias primas disponibles, formas de organización en el trabajo,   para no hablar  de la hambruna y la sequía.

No nos toca aquí analizar las causas del auge y decadencia de un movimiento artesanal que reflejó,  en un momento determinado de la historia de Falcón,  toda su riqueza y diversidad cultural. Sin embargo, queremos reseñar  que,   pese a todas las dificultades algunos oficios artesanales tradicionales todavía se conservan, lo que nos hace apreciar un conocimiento muy antiguo del medio y de los materiales que son aprovechables, así como  reconocer desde su anonimato la tenacidad incomparable de sus  gentes, que no es otra cosa que una diaria lección de resistencia cultural frente a un olvido prolongado.

Con los primeros aleteos del sol en el horizonte avanzamos hacia el otro lado de la península como si se tratara de ir hacia el reverso del mundo. En la orilla del camino,  por  las inmediaciones de Moruy y Santa Ana, con el cerro por único fondo,  rústicos carpinteros como Enrique Cemeco, Antonio Alvarez  y sus hijos, o Armando Martín en Gisebo, trabajan el cardón combinando el uso del torno  con la faena de las herramientas básicas, pues la rola verde se descorteza con hachas, machetes y gubias,   para crear sillas, mecedoras y taburetes, en los que se combina el blanco corazón de la madera del cardón (Cereus definiens Otto & Diert), planta espinosa que nadie siembra y está prohibido cortar, con el tejido de fibras como el carruaz, especie de "lirio" que otros artesanos recolectan en las secas laderas de Santa Ana.

Ya en las cercanías de Cumarebo, con el propósito de tejer los asientos y respaldos de las sillas de cardón,  ancianas silenciosas tuercen y entrecruzan  las hojas secas y deshiladas del maíz y la enea (Typha  latifolia L), la cual crece precaria en los pantanos, a pesar de las dilatadas sequías y los prolongados veranos que la han ido agotando. Para sus  cestos y esteras, de sencilla confección,  trenzan la  enea  que van uniendo con una aguja e hilo de coser.

 Al escasear los materiales,  algunos tejedores han debido sustituir la sencilla suavidad de las fibras naturales, por materiales sintéticos. A la par, para satisfacer la demanda de un público cuyo gusto se ha dejado corroer por modelos industriales,  han comenzado a producir  muebles que persiguen  ingenuamente emular el dudoso "lujo" de diseños pretendidamente urbanos, escondiendo tras  lacas y barnices la bellísima veta rojiza del curarí (Tabebuia serratifolia),  haciendo desmerecer el terso acabado y la proporción de sus creaciones originales.

 Mientras que los ojos  se les van  llenando de sol y polvo,  hemos encontrado, en La Boca, más allá de Mitare, surgir de las manos diestras de Yelitza Gómez y sus hijas menores, en elemental juego con las fibras tensadas en un telar vertical. Bajo el mismo tórrido cielo, frente a su ventorrillo de artesanía a la orilla de la carretera, en  un  sitio denominado "El Perú",  Juan Martínez,   tallador de maderas cuyos nombres tienen la resonancia de la voz indígena de la  toponimia falconiana, trabaja el  guatacare, el indio desnudo, la sierra de iguana, el cartán, el palo de cucharo  o la vera. Desde su tranquila distancia,  conversa sobre los secretos del oficio de hacedor de bateas, cucharas, pilones y garrotes,  que prefiere llamar  " amansa guapos", hechos con gubias y otras herramientas de trabajo,  fabricadas por él mismo con desechos industriales, al tiempo  nos ofrece una definición exacta de su oficio, cuya lógica se sustenta en el trabajo mismo:  "artesanía es lo que se hace a pulso".

En realidad se precisa mucho paciencia y pulso para convertir la sencilla humildad  del fruto del taparo, en recipiente. Materia vegetal,  bellamente transformada en las manos del elocuente y creativo  " taparólogo,   Iván Quintero,  su esposa Cleta y Falconía, su pequeña hija, quienes  desde el  patio posterior de su casa  de Adícora, a la sombra acogedora de sus plantas, han convertido en "taller" de mínimos recursos, el lugar de actividades compartidas en el que  hacen  buen uso de un material bondadoso por la facilidad de su  cultivo, bajo costo y multiplicidad de  las formas que  tallan,  dibujan y patinan con destreza, luego del ejercicio repetido  de limpiar, curar y lijar su superficie.


La tapara, vinculada desde muy antiguo a la cultura material de indígenas y campesinos de este país, es en este caso un útil aliado en el acto milagroso de sobrevivencia cotidiana. La potencialidad creativa de los Quintero va más allá de la fabricación en tapara de  tacitas de café y otras piezas de vajilla, nunca bien remuneradas.  Pues se precisa de requerimientos afectivos y simbólicos profundos,  para sumar el esfuerzo de una familia en torno a un interés común. En esto radica la paradoja que  enriquece la vida del artesano cuyo único patrimonio es intangible.   Así,  Falconía y sus hermanos menores, entre el juego y la cooperación, en un proceso imperceptible de enseñanza y  aprendizaje, han ido  creciendo, bajo la mirada atenta de sus padres,  en el dominio de procesos estéticos en todo diferentes a los niños urbanos, pues desde ya  tiene sentido para ellos el lenguaje de los elementos,  su consistencia, su textura, la combinación de los colores, y el diseño de los objetos de la vida cotidiana.

Las bases colectivas de trabajo en las cuales  la  familia extendida,  conformada por padres,  tíos, primos, abuelos, nietos  y compadres que  apoyaban las faenas sobre  las que el oficio artesanal se reproducía generación tras generación,  se fueron quebrantando con la demanda de obreros ocupados en las refinerías  de Punto Fijo y  Punta Cardón, lo que trajo como resultado el fin de muchos centros artesanales.

 
La manufactura tradicional de las loceras de Falcón, sus técnicas, instrumentos de trabajo, engobes o "tintas",  elementos decorativos y  pulidos de origen indígena, han sido ya documentados con devoción singular, en la obra  Loza Popular Falconiana (6); en ella hemos reconocido los nombres y los rostros  de sus pioneras, por citar unas pocas: María Vicenta, Paula, María Natividad, Margarita y Rafaela Urbina, Ernestina y Rafaela Amaya, Rosana Torres, Florencia Gómez,  Pastora Caguao, Paula Rojas, Mamá Chica o  Reyita,  cuya memoria se conserva intacta en poblados de Paraguaná  como  El Pizarral, Soriano, Tacaduto o Miraca.

En Miraca, lugar donde parecen borrarse los caminos,  tan alejada de toda retórica sobre "políticas artesanales", he venido a comprender en el sencillo testimonio de Jannett Rendon, locera y  nieta de Mama Chica, quién  luego de muchas interrogantes desatinadas de mi parte sobre las forma de apoyar estos oficios me dio la respuesta precisa; "sin  organización comunitaria, es imposible  sostener la producción artesanal "

Con la ayuda de tres mujeres unidas en el deseo único, de contribuir a mejorar la calidad de vida de estas comunidades,  Ligia Colmenares, Juana Medina y Yaritza Betancourt, desde su organización no gubernamental llamada  "PROESA 21" (7),  destinada a generar procesos autogestionarios. De tal forma Miraca, Maquigua y Baraived,  han comenzado a sumar los esfuerzos múltiples de individuos y familias, cuyos lazos consanguíneos o de  convivencia, están haciendo posible que florezca  de nuevo la sabiduría  colectiva.

Esto ha  visto sus logros, por citar unos pocos,  en  la creación de pequeños huertos en donde ha vuelto a cultivar plantas medicinales, recuperadas de la memoria de sus mayores, con las que aspiran a crear una botica popular. La auto construcción de más de treinta talleres artesanales lo que permite a las loceras separar  las areas de las faenas de cocina y vida doméstica  y las del trabajo artesal y venta. Con la asesoría de Víctor Piñero, aprendieron una tecnología alternativa, hecha de caliche y cemento, para la fabricación de sus propios adobes. Así mismo, organizan la Feria Artesanal del Barro y seminarios y talleres de desarrollo social, lo que ha dado a esta comunidad de las herramientas necesarias para la consolidación  de una Asociación de Artesanos de Miraca.

Faltan palabras y espacio para concluir aquí esta reseña artesanal del Estado  Falcón. Nuevos retos y encrucijadas deparan los procesos de globalización  a los antiguos oficios. Sus fronteras parecen borrosas en la coyuntura final del siglo, de allí la importancia de dedicarle una  atención inmediata y justa. Proteger y fomentar las artesanías, pasa por un estudio de mayor profundidad, pues se trata de fenómeno complejo, en el cual es preciso distinguir lo necesario y deseable. Los oficios pueden cambiar, como hemos visto,  de acuerdo a sus procesos socio-históricos,  sin que ello signifique despojar a los  artesanos de su único capital: el capital  cultural.

Lelia Delgado
Marzo. 1999.
 
Notas.
(1) Boulton Alfredo, Historia de la Pintura en Venezuela,  Tomo I. Ernesto Armitano Editor, Caracas.  1975, P 26-29
(2) González Batista CarlosLa Platería en Coro Durante la Época Española, en Platería Eucarística de Ciudades y Pueblos de Venezuela. Museo de Coro Lucas Guillermo Castillo, Coro. 1993, P. 9-18.
(3) Hernández José Manuel, Glosario de Platería Eucarística,   en Platería Eucarística de Ciudades y Pueblos de Venezuela. Museo de Coro Lucas Guillermo Castillo, Coro. 1993, P. 19-22.
(4) González Batista Carlos, Op cit. P. 15.
(5) Duarte Carlos F, Pintura e Iconografía Popular de Venezuela, Ernesto Armitano Editor, Caracas. 1978. P.9.
(6) Cruxent José María, Durán F. E,  Matheus NLoza Popular Falconiana, Grupo Universa,  Caracas. 1988.
(7) PROESA 21. Profesionales en Estudios Socio Ambientales. Es una Sociedad Civil sin fines de lucro,  que  diseña, ejecuta y evalúa programas de desarrollo social integral. Se inicia en 1992 y se constituye legalmente en 1995. Viene funcionando en la Calle Democaracia , entre Av. Ollarvides y Urb. España. Puerta Maraven, Punto Fijo, Tel. (069) 482622. Cel. 016.6690600. Fax 481339.  Actualmente adelanta, entre otros los siguientes proyectos: Propuesta de Desarrollo Integral en el Barrio La Chinita , Punto Fijo, Plan de Desarrollo para la Comunidad Artesanal de Miraca y Fomento de la Asosiación de Artesanos.  





















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