Presentación

"El trabajo no debe ser vendido como mercancía, debe ser ofrecido como un regalo a la comunidad"

Ernesto Che Guevara



Por el derecho que tienen los pueblos a saber su propia historia. Por el derecho a conocer sus tradiciones y cosmovisión indígena. Por el derecho a conocer la leyes que los amparan. Por el derecho a socializar el conocimiento liberándolo de la propiedad privada, del autor individual, la editorial, la fundación, la empresa, el mercado y cualquier otro tipo de apropiador que ponga precio a lo que es patrimonio de la humanidad.

Siguiendo el ejemplo de la cultura del regalo que practican los pueblos originarios de todas las latitudes y en la conciencia de que el otro, es también mi hermano: “sangre de mi sangre y huesos de mis huesos”, concepto que los indígenas de Venezuela resumen con el término pariente, he desarrollado esta página, con la idea de compartir estos saberes, fruto de años de investigación en el campo antropológico, para que puedas hacer libre uso de un conjunto de textos, muchos de los cuales derivaron del conocimiento colectivo de otros tantos autores, cuya fuente ha alimentado mi experiencia humana y espiritual.

A mis maestros quienes también dedicaron su vida a la investigación en este campo, apostando de antemano, que por este camino jamás se harían ricos, a los indígenas que me mostraron sus visiones del mundo, a los talladores, ceramistas, cesteros, tejedores, indígenas y campesinos que me hablaron de su oficio.

A Roberto y a Emilio quienes murieron en la selva acompañándome en aventuras de conocimiento, a mis colegas de los equipos comunitarios de Catia TVe, a los colegas de los museos en los que he trabajado, a mis compas de la Escuela de la Percepción, a mis amigas que me han apoyado y a los que me han adversado, mi mayor gratitud.

Lelia Delgado
Centro de Estudios de Estética Indígena
Leliadelgado07@gmail.com

jueves, 29 de noviembre de 2012

Hiwi-Jivi Estrategias de sobrevivencia






Estrategias de sobrevivencia
Las actividades de subsistencia varían de acuerdo con las fluctuaciones estacionales, lo que se refleja en la adaptación de este grupo a dos nichos ecológicos distintos: sabanas y selvas de galería.
Aproximadamente, 60% de la población hiwi, sobre todo la de Colombia, corresponde a cultivadores seminómadas o estacionales. Ellos ocupan los poblados durante la estación lluviosa y se dedican a la caza, pesca y recolección en los meses secos. Esta manera de vivir ha ido desapareciendo debido al impacto ejercido por la colonización de los llanos. El cultivo sedentario a gran escala adquiere cada vez más importancia, sobre todo entre los indígenas que habitan a lo largo de los ríos Orinoco y Manapiare del estado Amazonas, y del río Capanaparo del estado Apure9.
Practican la agricultura de tala y quema, siendo su principal producto la yuca amarga. Siembran yuca dulce, batata, ñame, ají, plátano, frijol, caña de azúcar y piña, aunque de importancia secundaria en su dieta, además de algunas especies no alimenticias, como el barbasco, el algodón, el capi y el tabaco.
El desmonte de las parcelas es una tarea específica de los hombres. Al igual que en otras etnias de la cuenca amazónica, las mujeres realizan buena parte del trabajo agrícola y el procesamiento de los alimentos, lo que implica rallar y prensar la yuca amarga para extraer de ella el ácido prúsico y procesar el cazabe.
La caza es una de sus principales actividades de subsistencia. Sus técnicas son simples y fáciles de aprender. Las partidas de caza se organizan entre parientes cercanos, mujeres y niños, quienes golpean con macanas, machetes y palos las bestias que van cercando. Practican la cacería con arcos y flechas de formas y tamaños adecuados al tipo de presa.
Las flechas se confeccionan con caña brava y se decoran con plumas de paují. Antiguamente estas puntas se hacían con maderas duras o hueso. En la actualidad se manufacturan con metal proveniente de machetes y cuchillos desechados.
Existen restricciones de caza por motivos mágico-religiosos. Se cree que el cazador tendrá mala suerte si consume alimentos o tiene relaciones sexuales la noche anterior a la cacería. Así mismo, poseen normas relativas a la distribución de la carne, pues quien haya matado un animal deberá donar determinadas partes de la presa a sus suegros, tomar otras para sí, y lo demás, repartirlo de manera equitativa entre los compañeros de cacería.
El cazador diestro es admirado por su grupo. Su éxito se debe al cuidado y respeto puesto en las relaciones hombre-animal, siendo normal el uso de preparados mágicos para que la suerte los acompañe10.
 Los principales animales de cacería son la iguana, el acure, el cachicamo, el chigüire, el venado, la lapa, el báquiro, el oso hormiguero, el conejo, el puerco espín, la danta y los monos, además de algunas aves como palomas, loros, guacamayos y tucanes. No matan ni comen carne de tigre, zorro, caimán y culebra, que consideran antepasados totémicos.
La pesca proporciona buena parte de las proteínas de su dieta diaria. Pescan con arco y flecha, hilos, anzuelos, redes y pequeñas nasas. En la noche, para atraer a los peces, usan antorchas. Es frecuente el uso de barbasco; a tal efecto, un líder y dos ayudantes colocan el veneno en el agua luego de obstruir un pequeño caño o riachuelo. El barbasco se corta y ata en manojos que colocan sobre rejillas de madera. Cuando éste hace efecto, disparan flechas sobre los peces que salen a la superficie. Para evitar transgresiones del orden natural, los participantes en la pesca colectiva deberán abstenerse, al igual que los cazadores, de tener relaciones sexuales la noche anterior12. Así mismo, las mujeres embarazadas o menstruantes deberán abstenerse de participar, pues esto atraería la mala suerte. Si la pesca ha sido abundante, salan o ahúman los excedentes. También preparan harina de pescado que se reserva para cuando la carne de cacería escasea.
Entre los grupos nómadas la recolección constituye una importante fuente de obtención de alimentos, productos medicinales y materias primas artesanales. Los productos de recolección incluyen frutos, nueces, insectos, lagartos, tortugas y huevos. Estos últimos los comen crudos o secados al sol.
La recolección es tarea de mujeres y hombres. El método consiste en quemar la vegetación de la sabana. Cuando el fuego ha pasado, recogen los restos quemados de tortugas, culebras e insectos13.
Suelen consumir los frutos de las palmas de moriche, seje y cucurito, con los que preparan gran diversidad de comidas y bebidas. De estas palmas recolectan insectos comestibles, larvas de gusanos, hormigas, arañas, saltamontes, además de miel y cera de abejas.
Aunque las actividades de subsistencia son tareas de la familia nuclear, se establecen convenios de trabajo cooperativo fuera de ella. Tal es el caso del desmonte de los conucos, en el que un anfitrión invita a amigos y parientes ofreciendo a cambio comida, bebida y yopo. Estos intercambios suponen la mutua contraprestación de trabajo.
Los hiwi venden a los criollos carne de cacería, vegetales silvestres, yopo y chinchorros. Actualmente han incrementado los cultivos comerciales, sobre todo en los pueblos ubicados a lo largo de los ríos Manapiare, Orinoco y Vichada. Así mismo, realizan comercio intertribal con los piaroa y ye’kuana, de quienes obtienen ralladores, bancos de madera, curiaras y sellos con dibujos geométricos que utilizan para la pintura facial.
No existe entre los hiwis concepto de tenencia comunal o dominio exclusivo de una determinada área geográfica, aunque el usufructo de los productos del conuco es exclusividad de la familia nuclear, ya que se trata del resultado de un trabajo común.
Cada individuo posee derechos exclusivos sobre sus pertenencias. A las mujeres corresponden los utensilios de cocina, y a los hombres sus herramientas de trabajo, arcos y flechas, instrumentos musicales y adornos ceremoniales. Sin embargo, no existen reglas claras para la distribución de las pertenencias de los muertos. Aunque a las mujeres se las entierra con su ropa y utensilios de cerámica, algunos objetos pasan a una hija y, ocasionalmente, a una hermana. Igualmente, los hombres son enterrados con sus instrumentos de trabajo, ropa, adornos y banquillo ceremonial, siendo posible que hachas, machetes y curiaras le sean asignados a un hijo mayor, un hermano o al marido de una hija. Esta imprecisión de las normas de herencia suele ocasionar descontento y enemistades familiares.

Hiwi- Jivi En la sociedad de racionales del libro Vida indígena en el Orinoco





Mientras el fulgurante sol quema la tierra, los hiwi avanzan rumbo a las doradas sabanas de Apure. En este vasto y soberbio escenario un reluciente espejismo pareciera ocultarlos por un momento de los muchos siglos de represión sufridos en nombre de la fe y la razón. Saben que nunca se está a salvo en una sociedad de “racionales” terratenientes, afectos a la caza de indios, que llaman “guajibear”. Por eso buscan lugares propicios en donde los sentidos se unifiquen con el canto de los pájaros, las sombras, las nubes de polvo, la fragancia cruda del viento, el paso misterioso de los incendios, el dominio del humo y el fuego, los ríos, gigantescas serpientes de agua que desbordan la fuerza del viento, el trueno y el relámpago. En fin, persiguen una conexión perdida con los elementos. Luchan por sobrevivir con todo aquello que desde tiempos remotos les ha permitido experimentar el mundo directamente, atrapar su sentido, su esencia, pues cualquier momento podría ser el último.
Ritos y enseñanzas orales no lograron detener la naturaleza brutal de los “racionales”. Peligros y obstáculos imprevisibles acechan ahora los lugares que antes fueron sagrados. La soledad y el terror de las matanzas se ha convertido en la raíz de sus vidas. Despojados de las tierras ancestrales en las que solían contemplar el paso furtivo de los meteoros, el mundo se ha convertido en un lugar desconocido. Mientras que el tiempo pasa lentamente, tratan de descifrar esta nueva realidad.
El nombre hiwi, de forma literal significa “gente”, o más precisamente, wayapopihiwi: gente de la sabana. Con este nombre se diferencian de las etnias que habitan otros ambientes y hablan lenguas distintas a la suya. Aunque la denominación wayapopihiwi incluye a todos los hiwi, ellos la usan para designar a los grupos que practican el cultivo como fuente de subsistencia. A los cazadores-recolectores y a los cultivadores estacionales se los llama sikwani, término despectivo que significa “salvaje”, de alguna manera sinónimo de cuiva1.

La familia a la que pertenece su lengua no ha sido establecida con certeza. Algunos estudiosos la consideran independiente. Tal es el caso de Briton (1891), Chamberlain (1913), Mason (1950), MacQuown (1955), Reichel-Dolmatoff (1959). Otros autores colocan el hiwi dentro del filum macroarahuaco. Greenberg (1960) la considera como una rama de la familia hiwi-pamigua, del tronco ecuatorial-andino. Sin embargo, la mayoría de las clasificaciones modernas (Tax, 1960; Ortiz, 1965; Vogelin, 1965; y Loukotka, 1968), incluyen al hiwi entre las lenguas arawak2.
El pueblo hiwi ha sido clasificado en varios subgrupos, como los chiricua, cuiva y sikuani, divisiones basadas en criterios lingüísticos y formas de subsistencia. Según Reichel-Dolmatoff, su territorio fue habitado por diversas etnias ya desaparecidas o absorbidas por los mismos hiwis. De esta manera, los nombres de los subgrupos corresponderían a variantes locales de los hiwi ancestrales3.
Aunque afirman que cada subgrupo regional tiene características culturales y lingüísticas diferentes, no hay acuerdo respecto a su origen y rango. Sin embargo, se han podido identificar algunos subgrupos como los awirimomowi o bólamomowi, gente del perro, los báxumomowi o duháimomowi, gente del pez baxu; los hamuramomowi o ainawimomowi, gente del pez hamarúa; los hamuramomowi, gente del periquito; los kabalemomowi, gente del pez kabalé; los káwirimomowi, gente del káwiri, personaje mítico antropófago; los mahamomowi, gente del loro grande; los metsáhamomowi, gente de la danta; los newithimomowi, gente del jaguar; y los okorómomowi, gente del cachicamo4. Johannes Wilbert señala que muchos de los subgrupos hiwis del Orinoco derivan su nombre del sitio en donde viven. Tal es el caso de los waipihiwi, “gente del río arriba“; los tamopihuwi, “gente del río abajo”; los matatsinipihuwi, “gente del monte“5.
En los últimos años, las diferencias entre subgrupos regionales se ha diluido como consecuencia de la violenta colonización de los llanos. Esto ha hecho que muchas comunidades se fusionen o emigren de los territorios ancestrales.
Actualmente habitan los llanos comprendidos entre los ríos Meta y Vichada. Algunos pequeños grupos se hallan diseminados sobre la orilla norte del Meta, en los llanos del Casanare, entre el Meta y el Aripore, el Vichada y el Guaviare, en la margen derecha del Orinoco, la región de los raudales del Atures y Maipures, y en la boca del río Sipapo. Del lado colombiano, los hiwi habitan en los llanos del Casanare y en el departamento del Arauca. En Venezuela se sitúan en los estados Apure, Guárico, Bolívar y Amazonas. Muchos provienen de la región del Vichada de Colombia.
Los llanos venezolanos constituyen una inmensa planicie. Este territorio está regido por las inundaciones y sequías, cuya periodicidad afecta todo lo viviente. El suelo, el clima, la flora, la fauna y el hombre mismo, oscilan con este vaivén. Al comenzar el período de lluvias, de mayo a octubre, el clima es caliente y hay muy poca brisa. En la estación lluviosa el tiempo se hace húmedo y sofocante, siendo frecuentes las tempestades eléctricas. En la estación seca, de noviembre a abril, el clima es benigno, el cielo despejado, el viento sopla, el aire se hace ligero, los árboles florecen y todo el ambiente adquiere un tono primaveral6.
Flora y fauna se tornan acuáticas durante la inundación, y terrestres en la estación seca. Las gramíneas, que constituyen 90% de la vegetación, desaparecen en invierno y emergen con nuevos brotes en la sequía. Algunas plantas leñosas, que permanecen sumergidas, vuelven a retoñar al retirarse las aguas. Mientras la fauna acuática se expande en la estación lluviosa, los animales terrestres huyen hacia médanos y tierras altas. Allí se concentran especies diversas: ganado, tigres, chigüires, venados, serpientes, aves. Todos luchan por ganar algún tramo en estos espacios reducidos7.
Las primeras noticias que se tienen de los hiwi datan de la expedición de Nicolás de Federmann a las cercanías del río Meta en 1538. Esta expedición los señala como asaltantes nómadas. Muchos documentos de la época dan cuenta de la desarticulación de los grupos étnicos de los llanos como consecuencia de los procesos de conquista y colonización. En ese tiempo, pueblos enteros fueron destruidos y sus indios esclavizados. La destrucción de grupos sedentarios fue mucho más cruenta que la de nómadas o seminómadas, como eran los hiwi, quienes tenían mejores estrategias para evadir el contacto europeo.
Las crónicas de los siglos XVII y XVIII los describen como cazadores y recolectores nómadas, belicosos en extremo, asaltantes de misiones y poblados sedentarios. Los jesuitas los señalan como demasiado “inconstantes” para retenerlos en las misiones8.
El cambio del modo de vida nómada al de cultivadores sedentarios se produjo entre los siglos XIX y XX. Sin embargo, algunos grupos de la región del Arauca, en Colombia, y del Apure, en Venezuela, continuaron siendo nómadas o, a lo sumo, cultivadores estacionales. Ellos ocuparon regiones interfluviales de difícil acceso para los europeos, lo que les permitió sobrevivir y crecer demográficamente, a diferencia de los agricultores sedentarios de la misma región, como los achagua y los sáliva, quienes desaparecieron.
Los hiwi se destacaron por sus actividades de intercambio comercial. Los conflictos entre cazadores-recolectores y cultivadores tenían como móvil la usurpación de territorios, alimentos y mujeres. A pesar de que las guerras entre ellos son cada vez menos frecuentes, siguen teniendo fama de asaltantes. Actualmente sus conflictos principales ocurren con los criollos; algunos han concluido en genocidios, como el ocurrido en julio de 1966 en la región colombiana del Arauca, o el del tristemente recordado hato “La Rubiera”, en el que ocho criollos venezolanos asesinaron a 16 hombres, mujeres y niños cuivas. Algo similar sucedió en la localidad de Planas, región oriental del Vichada, Colombia, en 1970, como defensa de los cultivadores hiwi ante las matanzas y torturas recibidas de manos de los criollos y efectivos del Ejército colombiano.
La pérdida de tierras, el agotamiento de los recursos naturales y la cada vez más reducida posibilidad de cacería y recolección de frutos silvestres, unidos a los prejuicios raciales, son causas permanentes de conflicto. La usurpación de tierras los ha privado de sus principales fuentes de subsistencia. Por tal razón, acosados por el hambre, roban a los criollos una res o cualquier otro producto agrícola que consiguen.
Esto hace muy difícil a los hiwi sobrevivir conservando las formas tradicionales de subsistencia. La introducción de bienes materiales industriales ha creado nuevas necesidades, y éstas originan cambios importantes en su economía. Los cazadores y recolectores de otros tiempos han pasado a ser agricultores asalariados, proceso en el cual muchos han perdido su cultura y tradición

jueves, 27 de septiembre de 2012

Wotjuja- Piaroa. Especialistas en lo Sagrado. Del libro Vida Indígena en el Orinoco








Especilistas en lo sagrado
Con el nombre de ruw’a se distinguen todos aquellos seres que poseen poder y conocimiento. Este calificativo no se limita a personas: puede ser utilizado para nombrar: a toda criatura que amerite ser llamada “señor”. El término ruw’a, utilizado en un sentido político‑religioso, señala a un hombre de pensamiento, un líder que utiliza magia, visión e imaginación en favor de su comunidad16.
Por encima del ruw'ati o grupo de “señores” de menor rango, existe un ruw'a territorial. Se trata de un individuo cuyas características de vida, conocimiento y capacidad organizativa, le permiten “controlar” un territorio de influencia, un área geográfica o un conjunto de adeptos, quienes dejan en sus manos todo lo concerniente a decisiones de carácter económico, político y religioso.
En sentido estricto, el ruw'a territorial no tiene propiedad alguna. El territorio no se hereda ni traspasa. La tierra es algo sagrado, una fuerza viviente difícilmente controlable. Por tal razón, “hay que ser amigo de la tierra, no su dueño”.
El conocimiento del ruw'a no se limita al mundo humano. Su saber es profundo y riguroso en lo que concierne al mundo de formas invisibles. Él está familiarizado con todos los secretos de su cultura: orígenes, pasado mítico, dioses y héroes culturales. En una misteriosa sucesión de ideas, penetra el mundo inmaterial de los espíritus, reconociendo la esencia misma de la naturaleza, de la que obtiene, en parte, su poder.
El poder entre los wotjuja es un concepto ético, además de político17. El ruw'a es bueno en la medida en que su poder se dirige a conseguir beneficios para su comunidad. Como líder, debe defender a su pueblo de todo peligro sobrenatural. También debe tener capacidad política para organizar matrimonios y alianzas favorables.
El ruw'a no legisla. Las “leyes” fueron dictadas desde los orígenes del mundo por Wahari18. Este hombre, respetado y poderoso, no dispone de ningún medio coercitivo para hacer cumplir leyes o deseos. Su comportamiento es extremadamente humilde: no levanta la voz, no imparte órdenes directas; sólo sugiere, pregunta, enseña. Su poder se basa en la sabiduría. Sus juicios y decisiones se respetan porque él, mejor que ningún otro hombre, sabe mantener el balance apropiado que rige su sociedad un orden conforme a la estructura del cosmos.
A partir de un prolongado proceso ritual, el ruw’a aprende a manejar las fuentes del poder. Bajo el influjo del yopo, los chamanes se ensimisman y proyectan, sobre “la cara interna de sus párpados”, las imágenes del mundo exterior: “ven en el sueño de su esperma el hijo que ninguna mujer les dará”19. Como un “enano que vive en su cabeza”, viajan a diferentes mundos, penetran el interior de las montañas, que son para ellos transparentes, y regresan a los lugares que vieron el origen de hombres y animales.
Cuando el ruw’a entra en éxtasis, recibe las palabras mágicas de sus signos interiores. Sus “cuentas” conforman la estructura del canto chamánico. “La imagen de los ojos” del ruw’a vuela convertida en ave o en jaguar hacia infinitos espacios celestes donde aprende de sus antepasados las palabras curativas que proporcionan paz y bienestar, que son valores fundamentales de su comunidad.
El canto chamánico se efectúa en “lengua antigua”, un lenguaje pleno de metáforas al que sólo se accede con la sabiduría acumulada por el tiempo. En la noche, cuando el ruw’a canta refiriendo eventos mitológicos, una luz emana de su voz. Es la luz de C’eheru, diosa de la fertilidad, cuyo brillo lunar no puede ser visto por ningún otro hombre.
Como un guerrero, el ruw’a se enfrenta permanentemente con la muerte. Para los chamanes wotjuja, al igual que para otros del Amazonas, la enfermedad no tiene causas físicas: es consecuencia de la infracción de tabúes alimenticios. “Cada animal tiene su enfermedad: cuando los hombres cantan las palabras de Wahari, las enfermedades no atacan, los animales olvidan”20.
Los dioses Tianawa ayudan al ruw’a en todo lo relacionado con la cura. Entre ellos, C'eheru, hermana y transformación femenina de Wahari, quien habita la montaña sagrada Mariwek’a. Otros Tianawa deambulan por la tierra transformados en animales, como el jaguar, el zorro, la avispa y el águila. Estos dioses nacieron en pequeñas cajas de cristal, allí donde se centran los poderes de la luz. Las piedras de cuarzo, las coronas de plumas, las cuentas o signos, y los polvos propiciadores de la caza, irradian al ruw’a con su fuerza protectora.
Otros dioses como Re’yo y Ahe Itami, Trueno y Sol, señores y abuelos de los animales de la selva y de los peces, respectivamente, son también los abuelos y guardianes de las enfermedades21. Cuando un hombre mata a un animal envían un espíritu que penetra el cuerpo del cazador y le provoca enfermedades. El ruw’a combate estos espíritus de la enfermedad con la ayuda de sus Tianawa.
El warime, es el rito mayor de los wotjuja 23. Su comprensión en el contexto sociocultural implica, además del dominio de la lengua, el conocimiento de su complejo mundo religioso23. En el texto Así somos los uhuothoja, se señala que esta fiesta, organizada por el yuhuawarua, se realiza cada tres años para celebrar las cosechas y los buenos matrimonios. Este ciclo ceremonial que reitera la creación del mundo involucra a todos los miembros de un “territorio”. Se trata de un ceremonial de fertilidad en el cual los báquiros, ancestros míticos, son atraídos desde sus zonas sagradas hasta las regiones wotjuja 24.
La celebración del warime se inicia con la recolección de los materiales necesarios para la fabricación de los implementos sagrados: bambú, caña, bejucos, hojas de palma, cera de abejas. Las máscaras y los instrumentos sonoros son guardados con celo en una casa construida especialmente para tal fin.
Las máscaras utilizadas en el baile son diversas. Una corresponde a la fisonomía del báquiro. Ella debe ser adornada con un penacho de plumas de guacamaya y tucán. Otras poseen la forma del mono blanco o representan a Re’yo, espíritu de la selva, al murciélago y a la muerte25.
La estructura interior de las máscaras está constituida por una cesta o armazón de mamure recubierta con una corteza de árbol llamado marima, a la que se le aplica una resina negra conocida como peramán. Sobre ésta se dibujan en blanco y rojo los diseños geométricos. Los danzantes se cubren la cabeza con la máscara. El cuerpo se viste con dos faldellines de flecos hechos con hojas de palma. En las manos portan una maraca tejida con fibras vegetales, salvo Re’yo, quien usa un bastón con el que acompaña el paso de la danza.
De la gran variedad de instrumentos sonoros fabricados por los wotjuja, sólo los utilizados durante el warime tienen carácter sagrado. Muchos de estos instrumentos imitan el sonido de animales ancestrales. Tal es el caso de la flauta longitudinal llamada cuwo, que reproduce el grito del mono araguato. La wora, de mayor importancia, cuyos tubos de bambú se colocan dentro de una vasija, produce un sonido identificado con el rugido del jaguar. El da’a es símbolo de la culebra de agua; está constituido por dos flautas que se ejecutan de manera alterna. El dzaho es una flauta de caña cuyo sonido semeja el grito del tucán o piapoco, ancestro de los colores26.











miércoles, 26 de septiembre de 2012

Wotjuja- Piaroa, Todos Somos Uno. Del libro Vida Indígena en el Orinoco



Todos somos uno
Los poblados están conformados por varias casas comunales separadas por cierta distancia. La casa o churuata es el punto de referencia central en el que convergen economía, parentesco y ritual.
Fabricada con técnicas en apariencia rudimentarias, la vivienda comunal Wotjuja es una síntesis de perfección y utilidad. Su sentido no puede ser imaginado fuera de lo que es: una estructura perfecta. La forma de las casas varía de acuerdo con el uso y número de habitantes. En el pasado solían construir una casa cuyo único fin era guardar las máscaras y los instrumentos sagrados utilizados en la fiesta, los cuales no debían ser vistos por las mujeres.
Joseph Grelier11 señala que la casa Wotjuja es una forma curiosa de cúpula rebajada, coronada por una punta cónica en la que culmina el techo. La churuata resume las convenciones que definen un modo de ver y de apreciar la existencia, que son característicos de la cultura piaroa. La casa tradicional, según Grelier, mide aproximadamente 17 metros de diámetro y 12 de altura. Se estructura a partir de una serie de vigas o tirantes horizontales fijados a cuatro postes que sostienen la punta cónica del techo. La circunferencia, formada por 16 pilares sobre los que se enlazan travesaños en forma de círculos concéntricos, constituye la armazón sobre la que se van colocando delgados haces de hojas de palma, que conforman la gruesa capa impermeable de techo y paredes destinada a durar muchos años.
Desde el espacio interior de la churuata se observa la complicada red de postes, vigas y ligamentos, sometidos a la ley de los anillos concéntricos. El espacio interno se organiza de acuerdo con un patrón señalado por el chamán. Ninguna nervadura vegetal divide los compartimientos familiares. Cada miembro de la etnia o grupo conoce a la perfección los límites de su espacio y el lugar donde puede colocar sus pertenencias, su chinchorro, su fogón. El interior de la casa es una penumbra tibia, iluminada apenas por la luz de las antorchas. El área central se reserva a los huéspedes. Se trata de un espacio para realizar actividades rituales y artesanales que puede ser utilizado libremente por todos los moradores12.
Los habitantes de la casa son parientes cercanos que cooperan entre sí13. De hecho, todos los Wotjuja son parientes, pues descienden de la pareja primordial creada por Wahari. Así, prefieren el matrimonio entre parientes cercanos que habitan una misma casa, puesto que la formación de lazos matrimoniales endogámicos fortalece sus vínculos y crea una entidad de reciprocidad y cooperación: "Somos uno, somos mutuamente”.
La churuata demuestra un singular gusto estético, cuyo centro es un punto de referencia que empuja hacia la periferia su exacta geometría. En su universo todo está imbricado: los componentes de la vida social, lo económico, lo político, lo mágico‑religioso, lo simbólico, lo que a primera vista pareciera simple y cotidiano, forma parte de esa manera total de comprender y ver el mundo. Vestido, adornos, utensilios, herramientas de trabajo, instrumentos musicales, incluso los objetos más personales, no escapan a la compleja trama en la cual la vida estética forma parte de la vida cotidiana.
De acuerdo con las normas tradicionales, hombres y mujeres visten guayucos tejidos con el algodón que se cultiva en los conucos. Con este material tejen, en sencillas armazones de madera, bandas y cintas decorativas.
Los Wotjuja utilizan toda surte de adornos, en particular, zarcillos triangulares hechos con monedas de metal martillado. De ellos penden sartas de cuentas de mostacilla azul y blanca. Son frecuentes los largos y gruesos collares hechos con dientes de caimán o báquiro, que ensartados con plumas multicolores cruzan el pecho de los hombres.
El uso de plumas implica fórmulas mágicas y estéticas. Con las plumas se perpetúa y prolonga el tiempo de las formas simbólicas. Por esto, coronas, tocados, brazaletes, collares y otros adornos plumarios son la metáfora permanente de un gusto por el uso del color que se encuentra en tucanes, guacamayas y toda suerte de pequeños pájaros de extraordinario colorido. Una verdad abstracta se expresa en los diseños pintados en el cuerpo. Denominados “caminos de las cuentas”14, estos signos no pretenden sólo decorar la piel: cada hombre y mujer lleva dentro de su cuerpo los signos, cuyas claves mágicas conforman las palabras del canto chamánico. Sus formas geométricas invocan y descubren elementos que no repiten la naturaleza, como si se tratara de una tabla de referencias.
El dibujo corporal no es un artificio arbitrario o un capricho sin alcances. Toda adición está sometida al infalible conocimiento del ruw’a, encargado de asignar “las cuentas”. Ellas son la representación gráfica de un saber adquirido con los años en complejas ceremonias rituales. La pintura del cuerpo, que explora los misterios de la magia, se dirige a una región particular de la sensibilidad. Para su ejecución se utilizan sellos de madera que combinan diseños, formas y tamaños diversos. Los signos utilizados, aunque infinitamente repetidos, adquieren sobre el cuerpo un sentido único e intransmitible. Los femeninos encierran a las mujeres en su destino inmutable de fertilidad; los masculinos someten a los hombres a los designios promisorios de la caza y a los poderes del canto chamánico.
Bajo el influjo del yopo y de otras plantas alucinógenas, entre danzas, mímicas y acciones rituales, “la imagen de los ojos” de los hombres levanta el vuelo en línea recta. Su percepción vaga indistintamente por los días y las noches, planea en regiones abismales, viaja hacia los filamentos dorados del sol, y así logra ver el rojo intenso de sus diseños interiores. Wahari, el ser supremo, fue el primero en tener estas visiones. Una fina red de asociaciones acompaña desde siempre la aventura simbólica piaroa.
Su sofisticada tecnología botánica incluye múltiples maneras de preparar las sustancias alucinógenas que forman parte de sus rituales. Aunque la composición de los preparados del yopo se repita, hay una tendencia a buscar la excelencia en la calidad y efectividad de la fórmula particular de cada chamán. El yopo y los utensilios destinados a su consumo (el mortero de madera con su mano de moler, el inhalador, la brocha para agrupar el polvo alucinógeno, el estuche de caracol, el peine y la pluma de paují) se guardan en pequeñas cestas tejidas en forma de caja, llamadas petacas o yoperas.
Entre los piaroa, la cestería es una de las prácticas que se dirige más hacia lo útil. Es común la fabricación de catumares, mapires, sebucanes, guapas, cestas, esteras y manares destinados al transporte y procesamiento de la yuca amarga.
Para la preparación de los derivados de la yuca amarga, alimento sagrado de los piaroa, se desarrolla un largo proceso que se inicia con el pelado y rallado de los tubérculos. La masa producida se exprime en el sebucán, del cual mana una sustancia venenosa llamada yare, la cual, luego de hervida y macerada con el jugo de pimientos picantes y hormigas, se usa como condimento. La masa exprimida se extiende en forma de tortas sobre el budare de metal o piedra. Estas tortas se conocen con el nombre de cazabe.
El catumare, cesta para trasladar los productos del conuco hasta la casa, posee una forma rectangular. Su estructura de fibras de palma tejida permite soportar un peso superior a 40 kilos. El mapire o canasta de carga tejida con bejuco mamure entrecruzado, se forra con hojas de palma. Éste se utiliza para transportar harina de yuca o mañoco. Las guapas o cestas redondas se usan como platos. Los Wotjuja tambien tejen otro tipo de  cestería utilitaria: trampas para atrapar pájaros y pequeños mamíferos, nasas para pesca, esteras y carcajes.
Otro objeto destinado a la elaboración de la yuca amarga es el rallador, confeccionado con una tabla de madera a la que se insertan astillas de piedra, formando diseños geométricos. La ejecución de los ralladores se realiza conforme a ciertas normas de división del trabajo: los hombres proveen los materiales, el chamán los purifica y las mujeres los fabrican.
Como en otros grupos de la Amazonia, la alfarería ha ido desapareciendo por el uso cada vez mayor de recipientes de aluminio. En la región del alto Cuao se producen algunas ollas y otros rústicos recipientes de barro que se usan para almacenar guarapo de yuca y batata. Al mismo fin se destinan canoas de madera y taparas. Los Wotjuja suelen fabricar embarcaciones y canaletes de gran extensión hechos con cortezas y troncos de árboles, los cuales decoran con motivos zoomorfos y antropomorfos15.