Mientras el fulgurante sol quema la
tierra, los hiwi avanzan rumbo a las doradas sabanas de Apure. En este vasto y
soberbio escenario un reluciente espejismo pareciera ocultarlos por un momento
de los muchos siglos de represión sufridos en nombre de la fe y la razón. Saben
que nunca se está a salvo en una sociedad de “racionales” terratenientes,
afectos a la caza de indios, que llaman “guajibear”. Por eso buscan lugares
propicios en donde los sentidos se unifiquen con el canto de los pájaros, las
sombras, las nubes de polvo, la fragancia cruda del viento, el paso misterioso de
los incendios, el dominio del humo y el fuego, los ríos, gigantescas serpientes
de agua que desbordan la fuerza del viento, el trueno y el relámpago. En fin,
persiguen una conexión perdida con los elementos. Luchan por sobrevivir con
todo aquello que desde tiempos remotos les ha permitido experimentar el mundo
directamente, atrapar su sentido, su esencia, pues cualquier momento podría ser
el último.
Ritos y enseñanzas orales no lograron
detener la naturaleza brutal de los “racionales”. Peligros y obstáculos
imprevisibles acechan ahora los lugares que antes fueron sagrados. La soledad y
el terror de las matanzas se ha convertido en la raíz de sus vidas. Despojados
de las tierras ancestrales en las que solían contemplar el paso furtivo de los
meteoros, el mundo se ha convertido en un lugar desconocido. Mientras que el
tiempo pasa lentamente, tratan de descifrar esta nueva realidad.
El nombre hiwi, de forma literal
significa “gente”, o más precisamente, wayapopihiwi: gente de la sabana. Con
este nombre se diferencian de las etnias que habitan otros ambientes y hablan
lenguas distintas a la suya. Aunque la denominación wayapopihiwi incluye a
todos los hiwi, ellos la usan para designar a los grupos que practican el
cultivo como fuente de subsistencia. A los cazadores-recolectores y a los
cultivadores estacionales se los llama sikwani,
término despectivo que significa “salvaje”, de alguna manera sinónimo de cuiva1.
La familia a la que pertenece su lengua
no ha sido establecida con certeza. Algunos estudiosos la consideran
independiente. Tal es el caso de Briton (1891), Chamberlain (1913), Mason
(1950), MacQuown (1955), Reichel-Dolmatoff (1959). Otros autores colocan el
hiwi dentro del filum macroarahuaco.
Greenberg (1960) la considera como una rama de la familia hiwi-pamigua, del
tronco ecuatorial-andino. Sin embargo, la mayoría de las clasificaciones
modernas (Tax, 1960; Ortiz, 1965; Vogelin, 1965; y Loukotka, 1968), incluyen al
hiwi entre las lenguas arawak2.
El pueblo hiwi ha sido clasificado en
varios subgrupos, como los chiricua, cuiva y sikuani, divisiones basadas en
criterios lingüísticos y formas de subsistencia. Según Reichel-Dolmatoff, su
territorio fue habitado por diversas etnias ya desaparecidas o absorbidas por
los mismos hiwis. De esta manera, los nombres de los subgrupos corresponderían
a variantes locales de los hiwi ancestrales3.
Aunque afirman que cada subgrupo
regional tiene características culturales y lingüísticas diferentes, no hay
acuerdo respecto a su origen y rango. Sin embargo, se han podido identificar
algunos subgrupos como los awirimomowi o bólamomowi, gente del perro, los
báxumomowi o duháimomowi, gente del pez baxu;
los hamuramomowi o ainawimomowi, gente del pez hamarúa; los hamuramomowi, gente del periquito; los kabalemomowi,
gente del pez kabalé; los
káwirimomowi, gente del káwiri, personaje mítico antropófago; los mahamomowi,
gente del loro grande; los metsáhamomowi, gente de la danta; los newithimomowi,
gente del jaguar; y los okorómomowi, gente del cachicamo4. Johannes Wilbert
señala que muchos de los subgrupos hiwis del Orinoco derivan su nombre del
sitio en donde viven. Tal es el caso de los waipihiwi, “gente del río arriba“;
los tamopihuwi, “gente del río abajo”; los matatsinipihuwi, “gente del monte“5.
En los últimos años, las diferencias
entre subgrupos regionales se ha diluido como consecuencia de la violenta
colonización de los llanos. Esto ha hecho que muchas comunidades se fusionen o
emigren de los territorios ancestrales.
Actualmente habitan los llanos
comprendidos entre los ríos Meta y Vichada. Algunos pequeños grupos se hallan
diseminados sobre la orilla norte del Meta, en los llanos del Casanare, entre
el Meta y el Aripore, el Vichada y el Guaviare, en la margen derecha del
Orinoco, la región de los raudales del Atures y Maipures, y en la boca del río
Sipapo. Del lado colombiano, los hiwi habitan en los llanos del Casanare y en
el departamento del Arauca. En Venezuela se sitúan en los estados Apure,
Guárico, Bolívar y Amazonas. Muchos provienen de la región del Vichada de Colombia.
Los llanos venezolanos constituyen una
inmensa planicie. Este territorio está regido por las inundaciones y sequías,
cuya periodicidad afecta todo lo viviente. El suelo, el clima, la flora, la
fauna y el hombre mismo, oscilan con este vaivén. Al comenzar el período de
lluvias, de mayo a octubre, el clima es caliente y hay muy poca brisa. En la
estación lluviosa el tiempo se hace húmedo y sofocante, siendo frecuentes las
tempestades eléctricas. En la estación seca, de noviembre a abril, el clima es
benigno, el cielo despejado, el viento sopla, el aire se hace ligero, los
árboles florecen y todo el ambiente adquiere un tono primaveral6.
Flora y fauna se tornan acuáticas
durante la inundación, y terrestres en la estación seca. Las gramíneas, que
constituyen 90% de la vegetación, desaparecen en invierno y emergen con nuevos
brotes en la sequía. Algunas plantas leñosas, que permanecen sumergidas,
vuelven a retoñar al retirarse las aguas. Mientras la fauna acuática se expande
en la estación lluviosa, los animales terrestres huyen hacia médanos y tierras
altas. Allí se concentran especies diversas: ganado, tigres, chigüires,
venados, serpientes, aves. Todos luchan por ganar algún tramo en estos espacios
reducidos7.
Las primeras noticias que se tienen de
los hiwi datan de la expedición de Nicolás de Federmann a las cercanías del río
Meta en 1538. Esta expedición los señala como asaltantes nómadas. Muchos
documentos de la época dan cuenta de la desarticulación de los grupos étnicos
de los llanos como consecuencia de los procesos de conquista y colonización. En
ese tiempo, pueblos enteros fueron destruidos y sus indios esclavizados. La
destrucción de grupos sedentarios fue mucho más cruenta que la de nómadas o
seminómadas, como eran los hiwi, quienes tenían mejores estrategias para evadir
el contacto europeo.
Las crónicas de los siglos XVII y XVIII
los describen como cazadores y recolectores nómadas, belicosos en extremo,
asaltantes de misiones y poblados sedentarios. Los jesuitas los señalan como
demasiado “inconstantes” para retenerlos en las misiones8.
El cambio del modo de vida nómada al de
cultivadores sedentarios se produjo entre los siglos XIX y XX. Sin embargo,
algunos grupos de la región del Arauca, en Colombia, y del Apure, en Venezuela,
continuaron siendo nómadas o, a lo sumo, cultivadores estacionales. Ellos
ocuparon regiones interfluviales de difícil acceso para los europeos, lo que
les permitió sobrevivir y crecer demográficamente, a diferencia de los
agricultores sedentarios de la misma región, como los achagua y los sáliva,
quienes desaparecieron.
Los hiwi se destacaron por sus
actividades de intercambio comercial. Los conflictos entre
cazadores-recolectores y cultivadores tenían como móvil la usurpación de
territorios, alimentos y mujeres. A pesar de que las guerras entre ellos son
cada vez menos frecuentes, siguen teniendo fama de asaltantes. Actualmente sus
conflictos principales ocurren con los criollos; algunos han concluido en
genocidios, como el ocurrido en julio de 1966 en la región colombiana del
Arauca, o el del tristemente recordado hato “La Rubiera”, en el que ocho
criollos venezolanos asesinaron a 16 hombres, mujeres y niños cuivas. Algo
similar sucedió en la localidad de Planas, región oriental del Vichada,
Colombia, en 1970, como defensa de los cultivadores hiwi ante las matanzas y
torturas recibidas de manos de los criollos y efectivos del Ejército
colombiano.
La pérdida de tierras, el agotamiento
de los recursos naturales y la cada vez más reducida posibilidad de cacería y
recolección de frutos silvestres, unidos a los prejuicios raciales, son causas
permanentes de conflicto. La usurpación de tierras los ha privado de sus
principales fuentes de subsistencia. Por tal razón, acosados por el hambre,
roban a los criollos una res o cualquier otro producto agrícola que consiguen.
Esto hace muy difícil a los hiwi sobrevivir conservando las formas
tradicionales de subsistencia. La introducción de bienes materiales
industriales ha creado nuevas necesidades, y éstas originan cambios importantes
en su economía. Los cazadores y recolectores de otros tiempos han pasado a ser
agricultores asalariados, proceso en el cual muchos han perdido su cultura y
tradición
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