Presentación

"El trabajo no debe ser vendido como mercancía, debe ser ofrecido como un regalo a la comunidad"

Ernesto Che Guevara



Por el derecho que tienen los pueblos a saber su propia historia. Por el derecho a conocer sus tradiciones y cosmovisión indígena. Por el derecho a conocer la leyes que los amparan. Por el derecho a socializar el conocimiento liberándolo de la propiedad privada, del autor individual, la editorial, la fundación, la empresa, el mercado y cualquier otro tipo de apropiador que ponga precio a lo que es patrimonio de la humanidad.

Siguiendo el ejemplo de la cultura del regalo que practican los pueblos originarios de todas las latitudes y en la conciencia de que el otro, es también mi hermano: “sangre de mi sangre y huesos de mis huesos”, concepto que los indígenas de Venezuela resumen con el término pariente, he desarrollado esta página, con la idea de compartir estos saberes, fruto de años de investigación en el campo antropológico, para que puedas hacer libre uso de un conjunto de textos, muchos de los cuales derivaron del conocimiento colectivo de otros tantos autores, cuya fuente ha alimentado mi experiencia humana y espiritual.

A mis maestros quienes también dedicaron su vida a la investigación en este campo, apostando de antemano, que por este camino jamás se harían ricos, a los indígenas que me mostraron sus visiones del mundo, a los talladores, ceramistas, cesteros, tejedores, indígenas y campesinos que me hablaron de su oficio.

A Roberto y a Emilio quienes murieron en la selva acompañándome en aventuras de conocimiento, a mis colegas de los equipos comunitarios de Catia TVe, a los colegas de los museos en los que he trabajado, a mis compas de la Escuela de la Percepción, a mis amigas que me han apoyado y a los que me han adversado, mi mayor gratitud.

Lelia Delgado
Centro de Estudios de Estética Indígena
Leliadelgado07@gmail.com

viernes, 24 de junio de 2011

Historia de la exclusión : Prólogo del libro Historia Mujer Mujeres de Iraida Vargas

Haciéndonos visibles.





Por :  Lelia Delgado
                                                                         
Las mujeres pobres, las sin nombre, las nada, las nadie, las hasta hace muy poco  ausentes de la historia oficial, negadas por un lenguaje que utiliza el genérico masculino para nombrar a la humanidad, fueron tejiendo en más 15 mil años de historia una nación que en buena medida es el producto de sus luchas anónimas, de su ingenio y conocimiento.
Nadie como Iraida Vargas, acuciosa y tesonera investigadora, arqueóloga de muchos saberes, podía haber emprendido la tarea pionera de lo que a primera vista parecería imposible, como es recoger pacientemente la huella histórica de esa invisibilidad.
En nuestros años juveniles, la acompañé como estudiante  en prospecciones de campo por los áridos valles entre Quibor y Carora. Cuando se hacía un alto en las faenas de excavación, Iraida se preguntaba en voz alta por la vida de las mujeres,  que se fue perdiendo  entre el cascajo seco de la “Tierra de los Indios”, dejándonos apenas rastros elusivos de un espacio doméstico, fogones y fragmentos de ollas esparcidos entre matorrales urticantes, picas y senderos  tantas veces pisados, rincones  de la memoria en donde quedaron sembrados sus huesos, documentos no escritos de las cicatrices de la vida.  
No es de extrañar que,  para esta investigadora,  apasionada por el conocimiento y cuya experiencia intelectual se ha  forjado al calor de la escritura de otras tantas obras capitales para la comprensión de la historia antigua y actual de Venezuela,  el duro desamparo,  el implacable estado de desposesión de los colectivos populares y en particular de las mujeres,  hayan hecho posible la construcción  de un “corpus” de conocimiento como  es  “Historia, Mujer, Mujeres”, una obra  que nos lleva al origen de la desigualdad social, pues como ella misma ha señalado: “no es posible conocer una cosa desconociendo su génesis”
La autora va escudriñando zonas ocultas, inexploradas por la memoria historiográfica tradicional, que en nuestro país no ha sido otra cosa sino la máscara más o menos disimulada y perpetuadora   de la ideología patriarcal, del clasismo y del racismo, negadora del protagonismo de las mujeres.
Esta ideología ha hecho invisible el trabajo femenino, colocándolo al margen de otras  faenas necesarias para el sostenimiento de la vida, lo cual ha contribuido a justificar la falsa idea de que las mujeres de cualquier “periferia”, llámense cazadoras, recolectoras, horticultoras, campesinas de toda época, obreras, madres de barrio, trabajadoras en fin, parecieran destinadas, desde los confines del tiempo, por una suerte de “destino trágico”, a ser pobres.
A lo largo de “Historia, Mujer, Mujeres”, la autora va develando como se gesta el proceso de exclusión y desigualdad en cada momento y contexto de la vida social, y al tiempo reconstruye una historia nueva, en todo distinta a la que nos contaron y con la que fuimos creciendo las mujeres de todas las generaciones, aceptando y reproduciendo su designio, como una suerte de fatalidad.
La obra nos demuestra en forma objetiva,  sin asumir posiciones descalificadoras sobre el aporte de los hombres,  ni oponer cargas valorativas a favor de ningún género, que esta nación  no puede ser comprendida  solamente  como el producto de las grandes hazañas o del heroísmo de individualidades registradas en crónicas y documentos escritos. Es también el resultado de infinitas acciones cotidianas, en su mayoría cocinadas al fuego lento del anonimato y fuertemente enraizadas en la solidaridad de las mujeres con la vida.
Indias, negras, blancas, blancas de orilla, pardas, mestizas de todo tipo y condición, esclavas o libertas, han visto ponerse el sol cada día en estas tierras realizando faenas con asignaciones subvaloradas, como si su esfuerzo no hubiera servido para  nada.
Esta obra  apunta a revalorizar  el esfuerzo colectivo y anónimo de las venezolanas de todos los tiempos, quienes han contribuido a construir  un  país que avanza a ser  cada vez más libre, amando, pariendo, amamantando, arrullando, educando, defendiendo, navegado, cazando, pescando, recolectando, plantando, moliendo, avivando el fuego, transformando los alimentos y materias primas, acarreando, tejiendo, pintando, modelando, construyendo, comerciando, intercambiando, cooperando, solidarizándose, recetando, curando o amortajando, entre otras tantas actividades de la vida cotidiana. 
La autora utiliza  datos arqueológicos de primera mano para analizar el aporte productivo de las mujeres,  y por  esta vía nos induce  al conocimiento de las causas históricas que hicieron posible transformaciones sociales en los pueblos originarios. A partir de la formación social cazadora recolectora e igualitaria, donde todavía no se perfilaba una división sexual de las tareas, hasta arribar a las sociedades tribales estratificadas, momento en el que las mujeres son  fijadas al espacio doméstico, su descendencia  reglamentada por estrictas normas de parentesco, su sexualidad controlada y su trabajo productivo apropiado por otros.
Al estudiar  las peculiaridades de la mano de obra indígena y negra en condiciones de esclavitud, la autora  reevalúa  de manera crítica  el conocimiento que se tiene de la  mujer en la sociedad colonial, tema sobre el cual la historiografía tradicional ha tendido un velo de silencio.
 Su relato conmovedor nos lleva al lugar del asombro, diría yo de la rabia. En sus palabras,  “La colonización española tuvo un profundo impacto en las mujeres indígenas”, proceso que dio origen a  la destrucción de sus culturas milenarias, a la implantación de nuevas formas de trabajo con la consecuente pérdida de los nexos de solidaridad, redistribución y  cooperación de la familia extensa, a la separación de las medres de sus hijos y por supuesto a “ser violadas de manera continua por los conquistadores….cuestión que sólo puede ser comparada con la devastación del África negra por  la trata de esclavos”.
A la sujeción de las indígenas le siguió el sacrificio de las negras esclavas, destinadas también a las encomiendas, resguardos o plantaciones, quienes trabajaron hasta morir al servicio de sus amos y padrotes hacendados. Ricos terratenientes mantuanos, de quienes por obra de la violencia física y el temor, concibieron descendencia pese al racismo y al desprecio que esa minoría social ha demostrado. Así,  en un lento proceso de hibridación, se conformó una sociedad multiétnica y pluricultural criolla, representada ampliamente en los sectores populares. 
Ni la Independencia, ni los cumbes cimarrones, ni la abolición de la esclavitud, ofrecieron mayores oportunidades a las mujeres, quienes sin distinción de clase social y composición étnica, fueron privadas del espacio publico,  reducidas a cárceles domésticas y privadas de sus derechos fundamentales.
A partir de contextos socio-históricos concretos, propios de  cada formación social, la autora analiza las razones por las cuales  las mujeres, además de ser las reproductoras biológicas de la fuerza de trabajo, garantizan la perpetuación ideológica del sistema y de su orden moral. En gran medida,  las mujeres contribuimos a crear  en nuestra descendencia,  los  “sujetos sociales” que reproducen las formas ideológicas  de  la  sumisión y la dominación.
“Historia, Mujer, Mujeres”, abre las brechas de un horizonte crítico para repensar el fenómeno del patriarcado. La autora nos demuestra cómo la  explotación de las mujeres  aparece en Venezuela  con el modo de vida de las sociedades cacicales y se institucionaliza en la sociedad colonial y republicana con la imposición de las formas capitalistas de trabajo, plenamente clasistas.
La institución del matrimonio y  de una serie de esteriotipos que califican a las mujeres como “débiles y necesitadas de protección”,  que la historiografía tradicional nos ha  entregado  como verdades absolutas,  han contribuido a crear una  “careta ideológica y moralista” al servicio del control y la apropiación de la fuerza de trabajo femenino, afianzando la idea de la “familia patriarcal” como paradigma, cuya “estructura transhistórica” devino contrato y sacramento, asegurando así la obediencia y sumisión de las mujeres al marido, de las hijas al padre, y de todas ellas al Estado y a la Iglesia, so pena del terror de la trasgresión, al pecado, a la culpa y al castigo.
La autora plantea que la “familia patriarcal”, más allá de constituir una estructura inamovible,   “es un sistema de relaciones que varía históricamente”,  y que otras formas de familia excluyen “la dominación y subordinación”, propia del modelo patriarcal, para adoptar   “formas cooperativas y solidarias”.
La familia patriarcal, nos dice, ha sido un factor fundamental en la exclusión de las mujeres de los sectores populares y, en la práctica, la sociedad la ha refutado creando un doble discurso: por un lado, el de la institucionalidad convencional,  y por otro, el construido en la realidad misma, como son las “familias matriarcales”, producto de una praxis social concreta, para hacerle frente a la pobreza en que les ha tocado vivir a las mujeres.
Vistas las causas de la dominación y su contraparte,  la exclusión social basada en el “control del trabajo, de los recursos, del comercio e intercambio, de las maneras de pensar y actuar, de los símbolos culturales y su producción”, la autora propone el definitivo “Empoderamiento político, económico y social de la mujeres en la toma de decisiones  sobre todos aquellos asuntos que les atañen”,  para romper definitivamente “la hegemonía de los patriarcas”.
La autora con un sentido de solidaridad hacia todas las mujeres, plantea un tema difícil de aceptar para la antropología neo colonial, como es el necesario empoderamiento de las mujeres de los colectivos indígenas, para que hagan respetar sus ideas,  para que no se subordinen y sometan a prácticas y costumbres que, aunque formen parte de sus tradiciones culturales, sean  violadoras de sus derechos humanos, pues como bien ha dicho:  “ La batalla por la autonomía de los pueblos indígenas no puede estar disociada de la lucha por el reconocimiento y respeto de los derechos femeninos, ya que éstos constituyen parte integral de esa batalla”
Sobra comentar la erudición de esta obra, la cual  constituye un esfuerzo sin precedentes, pues son escasos, parciales y dispersos los trabajos en este campo. Su lectura, fiel a una rigurosa metodología de investigación e interpretación de los datos, no excluye al lector no especializado.
“Historia, Mujer, Mujeres”, es un aporte comprometido, fundamental para el avance de la conciencia política y social de las mujeres venezolanas, como protagonistas activas que son, pues ya no es posible pensar el presente y mucho menos el futuro de esta patria sin su inclusión plena.
La superación de la ideología patriarcal es un proceso lento de toma de conciencia,  el empoderamiento al que apunta la autora,   pasa por el reconocimiento de los derechos que nos concede la Constitución y las nuevas leyes en contra de la violencia a la mujer.
Esto exige la incorporación activa a las nuevas formas del poder popular. Hacer el esfuerzo  necesario por  aumentar nuestro  nivel educativo  y alcanzar las metas propuestas por las Misiones,  Robinson, Ribas, Sucre y Cultura. Procurar  que se  cumpla  la remuneración del trabajo doméstico concedido a las Madres de Barrio. Acceder al  sistema de créditos y formación en cooperativismo, que adelanta el  Banco de la Mujer.  Hacer uso y apoyar los  servicios de salud de la Misión Barrio Adentro. Procurar  la   mejora nutricional, incorporándose activamente a las Casas de Alimentación y  a los mercados populares,  entre los muchos planes que apuntalan la inclusión de las mujeres en la construcción del nuevo socialismo que soñamos para este siglo.







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