Páginas
Presentación
"El trabajo no debe ser vendido como mercancía, debe ser ofrecido como un regalo a la comunidad"
Por el derecho que tienen los pueblos a saber su propia historia. Por el derecho a conocer sus tradiciones y cosmovisión indígena. Por el derecho a conocer la leyes que los amparan. Por el derecho a socializar el conocimiento liberándolo de la propiedad privada, del autor individual, la editorial, la fundación, la empresa, el mercado y cualquier otro tipo de apropiador que ponga precio a lo que es patrimonio de la humanidad.
A mis maestros quienes también dedicaron su vida a la investigación en este campo, apostando de antemano, que por este camino jamás se harían ricos, a los indígenas que me mostraron sus visiones del mundo, a los talladores, ceramistas, cesteros, tejedores, indígenas y campesinos que me hablaron de su oficio.
A Roberto y a Emilio quienes murieron en la selva acompañándome en aventuras de conocimiento, a mis colegas de los equipos comunitarios de Catia TVe, a los colegas de los museos en los que he trabajado, a mis compas de la Escuela de la Percepción, a mis amigas que me han apoyado y a los que me han adversado, mi mayor gratitud.
Centro de Estudios de Estética Indígena Leliadelgado07@gmail.com
viernes, 24 de junio de 2011
Historia de la exclusión : Prólogo del libro Historia Mujer Mujeres de Iraida Vargas
Por : Lelia Delgado
Las mujeres pobres, las sin nombre, las nada, las nadie, las hasta hace muy poco ausentes de la historia oficial, negadas por un lenguaje que utiliza el genérico masculino para nombrar a la humanidad, fueron tejiendo en más 15 mil años de historia una nación que en buena medida es el producto de sus luchas anónimas, de su ingenio y conocimiento.
Nadie como Iraida Vargas, acuciosa y tesonera investigadora, arqueóloga de muchos saberes, podía haber emprendido la tarea pionera de lo que a primera vista parecería imposible, como es recoger pacientemente la huella histórica de esa invisibilidad.
En nuestros años juveniles, la acompañé como estudiante en prospecciones de campo por los áridos valles entre Quibor y Carora. Cuando se hacía un alto en las faenas de excavación, Iraida se preguntaba en voz alta por la vida de las mujeres, que se fue perdiendo entre el cascajo seco de la “Tierra de los Indios”, dejándonos apenas rastros elusivos de un espacio doméstico, fogones y fragmentos de ollas esparcidos entre matorrales urticantes, picas y senderos tantas veces pisados, rincones de la memoria en donde quedaron sembrados sus huesos, documentos no escritos de las cicatrices de la vida.
No es de extrañar que, para esta investigadora, apasionada por el conocimiento y cuya experiencia intelectual se ha forjado al calor de la escritura de otras tantas obras capitales para la comprensión de la historia antigua y actual de Venezuela, el duro desamparo, el implacable estado de desposesión de los colectivos populares y en particular de las mujeres, hayan hecho posible la construcción de un “corpus” de conocimiento como es “Historia, Mujer, Mujeres”, una obra que nos lleva al origen de la desigualdad social, pues como ella misma ha señalado: “no es posible conocer una cosa desconociendo su génesis”
La autora va escudriñando zonas ocultas, inexploradas por la memoria historiográfica tradicional, que en nuestro país no ha sido otra cosa sino la máscara más o menos disimulada y perpetuadora de la ideología patriarcal, del clasismo y del racismo, negadora del protagonismo de las mujeres.
Esta ideología ha hecho invisible el trabajo femenino, colocándolo al margen de otras faenas necesarias para el sostenimiento de la vida, lo cual ha contribuido a justificar la falsa idea de que las mujeres de cualquier “periferia”, llámense cazadoras, recolectoras, horticultoras, campesinas de toda época, obreras, madres de barrio, trabajadoras en fin, parecieran destinadas, desde los confines del tiempo, por una suerte de “destino trágico”, a ser pobres.
A lo largo de “Historia, Mujer, Mujeres”, la autora va develando como se gesta el proceso de exclusión y desigualdad en cada momento y contexto de la vida social, y al tiempo reconstruye una historia nueva, en todo distinta a la que nos contaron y con la que fuimos creciendo las mujeres de todas las generaciones, aceptando y reproduciendo su designio, como una suerte de fatalidad.
La obra nos demuestra en forma objetiva, sin asumir posiciones descalificadoras sobre el aporte de los hombres, ni oponer cargas valorativas a favor de ningún género, que esta nación no puede ser comprendida solamente como el producto de las grandes hazañas o del heroísmo de individualidades registradas en crónicas y documentos escritos. Es también el resultado de infinitas acciones cotidianas, en su mayoría cocinadas al fuego lento del anonimato y fuertemente enraizadas en la solidaridad de las mujeres con la vida.
Indias, negras, blancas, blancas de orilla, pardas, mestizas de todo tipo y condición, esclavas o libertas, han visto ponerse el sol cada día en estas tierras realizando faenas con asignaciones subvaloradas, como si su esfuerzo no hubiera servido para nada.
Esta obra apunta a revalorizar el esfuerzo colectivo y anónimo de las venezolanas de todos los tiempos, quienes han contribuido a construir un país que avanza a ser cada vez más libre, amando, pariendo, amamantando, arrullando, educando, defendiendo, navegado, cazando, pescando, recolectando, plantando, moliendo, avivando el fuego, transformando los alimentos y materias primas, acarreando, tejiendo, pintando, modelando, construyendo, comerciando, intercambiando, cooperando, solidarizándose, recetando, curando o amortajando, entre otras tantas actividades de la vida cotidiana.
La autora utiliza datos arqueológicos de primera mano para analizar el aporte productivo de las mujeres, y por esta vía nos induce al conocimiento de las causas históricas que hicieron posible transformaciones sociales en los pueblos originarios. A partir de la formación social cazadora recolectora e igualitaria, donde todavía no se perfilaba una división sexual de las tareas, hasta arribar a las sociedades tribales estratificadas, momento en el que las mujeres son fijadas al espacio doméstico, su descendencia reglamentada por estrictas normas de parentesco, su sexualidad controlada y su trabajo productivo apropiado por otros.
Al estudiar las peculiaridades de la mano de obra indígena y negra en condiciones de esclavitud, la autora reevalúa de manera crítica el conocimiento que se tiene de la mujer en la sociedad colonial, tema sobre el cual la historiografía tradicional ha tendido un velo de silencio.
Su relato conmovedor nos lleva al lugar del asombro, diría yo de la rabia. En sus palabras, “La colonización española tuvo un profundo impacto en las mujeres indígenas”, proceso que dio origen a la destrucción de sus culturas milenarias, a la implantación de nuevas formas de trabajo con la consecuente pérdida de los nexos de solidaridad, redistribución y cooperación de la familia extensa, a la separación de las medres de sus hijos y por supuesto a “ser violadas de manera continua por los conquistadores….cuestión que sólo puede ser comparada con la devastación del África negra por la trata de esclavos”.
A la sujeción de las indígenas le siguió el sacrificio de las negras esclavas, destinadas también a las encomiendas, resguardos o plantaciones, quienes trabajaron hasta morir al servicio de sus amos y padrotes hacendados. Ricos terratenientes mantuanos, de quienes por obra de la violencia física y el temor, concibieron descendencia pese al racismo y al desprecio que esa minoría social ha demostrado. Así, en un lento proceso de hibridación, se conformó una sociedad multiétnica y pluricultural criolla, representada ampliamente en los sectores populares.
Ni la Independencia, ni los cumbes cimarrones, ni la abolición de la esclavitud, ofrecieron mayores oportunidades a las mujeres, quienes sin distinción de clase social y composición étnica, fueron privadas del espacio publico, reducidas a cárceles domésticas y privadas de sus derechos fundamentales.
A partir de contextos socio-históricos concretos, propios de cada formación social, la autora analiza las razones por las cuales las mujeres, además de ser las reproductoras biológicas de la fuerza de trabajo, garantizan la perpetuación ideológica del sistema y de su orden moral. En gran medida, las mujeres contribuimos a crear en nuestra descendencia, los “sujetos sociales” que reproducen las formas ideológicas de la sumisión y la dominación.
“Historia, Mujer, Mujeres”, abre las brechas de un horizonte crítico para repensar el fenómeno del patriarcado. La autora nos demuestra cómo la explotación de las mujeres aparece en Venezuela con el modo de vida de las sociedades cacicales y se institucionaliza en la sociedad colonial y republicana con la imposición de las formas capitalistas de trabajo, plenamente clasistas.
La institución del matrimonio y de una serie de esteriotipos que califican a las mujeres como “débiles y necesitadas de protección”, que la historiografía tradicional nos ha entregado como verdades absolutas, han contribuido a crear una “careta ideológica y moralista” al servicio del control y la apropiación de la fuerza de trabajo femenino, afianzando la idea de la “familia patriarcal” como paradigma, cuya “estructura transhistórica” devino contrato y sacramento, asegurando así la obediencia y sumisión de las mujeres al marido, de las hijas al padre, y de todas ellas al Estado y a la Iglesia, so pena del terror de la trasgresión, al pecado, a la culpa y al castigo.
La autora plantea que la “familia patriarcal”, más allá de constituir una estructura inamovible, “es un sistema de relaciones que varía históricamente”, y que otras formas de familia excluyen “la dominación y subordinación”, propia del modelo patriarcal, para adoptar “formas cooperativas y solidarias”.
La familia patriarcal, nos dice, ha sido un factor fundamental en la exclusión de las mujeres de los sectores populares y, en la práctica, la sociedad la ha refutado creando un doble discurso: por un lado, el de la institucionalidad convencional, y por otro, el construido en la realidad misma, como son las “familias matriarcales”, producto de una praxis social concreta, para hacerle frente a la pobreza en que les ha tocado vivir a las mujeres.
Vistas las causas de la dominación y su contraparte, la exclusión social basada en el “control del trabajo, de los recursos, del comercio e intercambio, de las maneras de pensar y actuar, de los símbolos culturales y su producción”, la autora propone el definitivo “Empoderamiento político, económico y social de la mujeres en la toma de decisiones sobre todos aquellos asuntos que les atañen”, para romper definitivamente “la hegemonía de los patriarcas”.
La autora con un sentido de solidaridad hacia todas las mujeres, plantea un tema difícil de aceptar para la antropología neo colonial, como es el necesario empoderamiento de las mujeres de los colectivos indígenas, para que hagan respetar sus ideas, para que no se subordinen y sometan a prácticas y costumbres que, aunque formen parte de sus tradiciones culturales, sean violadoras de sus derechos humanos, pues como bien ha dicho: “ La batalla por la autonomía de los pueblos indígenas no puede estar disociada de la lucha por el reconocimiento y respeto de los derechos femeninos, ya que éstos constituyen parte integral de esa batalla”
Sobra comentar la erudición de esta obra, la cual constituye un esfuerzo sin precedentes, pues son escasos, parciales y dispersos los trabajos en este campo. Su lectura, fiel a una rigurosa metodología de investigación e interpretación de los datos, no excluye al lector no especializado.
“Historia, Mujer, Mujeres”, es un aporte comprometido, fundamental para el avance de la conciencia política y social de las mujeres venezolanas, como protagonistas activas que son, pues ya no es posible pensar el presente y mucho menos el futuro de esta patria sin su inclusión plena.
La superación de la ideología patriarcal es un proceso lento de toma de conciencia, el empoderamiento al que apunta la autora, pasa por el reconocimiento de los derechos que nos concede la Constitución y las nuevas leyes en contra de la violencia a la mujer.
Esto exige la incorporación activa a las nuevas formas del poder popular. Hacer el esfuerzo necesario por aumentar nuestro nivel educativo y alcanzar las metas propuestas por las Misiones, Robinson, Ribas, Sucre y Cultura. Procurar que se cumpla la remuneración del trabajo doméstico concedido a las Madres de Barrio. Acceder al sistema de créditos y formación en cooperativismo, que adelanta el Banco de la Mujer. Hacer uso y apoyar los servicios de salud de la Misión Barrio Adentro. Procurar la mejora nutricional, incorporándose activamente a las Casas de Alimentación y a los mercados populares, entre los muchos planes que apuntalan la inclusión de las mujeres en la construcción del nuevo socialismo que soñamos para este siglo.
.
martes, 14 de junio de 2011
Pueblos Originarios: Ye’kuana
Siglo XVIII La conquista fue para los Ye´kuana un acontecimiento tardío que data de la segunda mitad del siglo VXIII. La expedición de Solano entró en contacto con este grupo en el alto Orinoco entre 1756 y 1761. Apolinar Diéz de la Fuente, en 1760 y Francisco Fernández de Bobadilla, en 1764, en las inmediaciones del río Padamo. Siglo XIX Desde los primeros contactos con los españoles y hasta principios del siglo XIX, fueron reducidos en la Misión de los padres Observantes, quienes establecieron una cadena de puestos españoles, desde la Esmeralda hasta el río Erebato, la cual fue destruida en un proceso consecutivo de rebeliones Ye’kuana. En 1838 el explorador , Robert Schonburg atravesó su territorio, desde el Merevari, hasta el alto Orinoco, luego lo hicieron otros viajeros y naturalistas como Chaffanjon y Eugene André , quienes visitaron el Alto Caura en expediciones científicas a finales del S. XIX.
jueves, 9 de junio de 2011
Nuestros hermanos
La invasión europea significó la desarticulación de muchos pueblos originarios y la imposición de una guerra de exterminio en la que innumerables pueblos ofrendaron vidas, honor y bienes por defender territorios y culturas legítimamente heredados. Los que sobrevivieron las masacres, aquellos que se replegaron en los lugares más apartados de nuestro territorio, antes que dejarse subyugar, continuaron reproduciendo la diversidad de sus saberes, la estética seductora de sus oficios, la riqueza de sus idiomas, dentro un modo de vida comunitario en el que prevalece hasta hoy, la solidaridad, la cooperación y la mutua ayuda, en una suerte de rebelión soterrada y silenciosa.
Pueblos Originarios: PEMÓN
Pueblos Originarios: PIAPOCO
miércoles, 8 de junio de 2011
Pueblos Originarios: Warao
lunes, 6 de junio de 2011
Pueblos Originarios: Jivi
Los Jivi su auto denominación o Guajiro como se los llamó en la literatura etnográfica, son una población heterogénea que habitan en sabanas, hay Jivis que viven en territorio colombiano, en las zonas que se extienden entre los ríos Meta (Norte), mientras que otros lo hacen en Arauca.
En el lado venezolano los Jivi, habitan en el estado Amazonas, principalmente en el municipio Atures (Pto. Ayacucho, Edo. Amazonas); en los ejes de la carretera norte (vía carretera Nauixal), el eje carretero Sur (Vía Pto. Ayacucho, Pto. Samariapo) y unas pocas comunidades, en el eje carretero vía Gavilán (Sur-Este); también en el Edo. Apure y Bolívar. Existen comunidades Jivi en municipios del Edo. Amazonas, como es el Municipio Autónomo Manapiare, allí podemos encontrar numerosa comunidades Jivi como San Juan Viejo, Morrocoy, Terecay, etc. Según algunos investigadores, los Jivi o Guahibo tienen su clasificación o subdivisiones, aunque ellos mismos no mencionen estas clasificaciones, prefieren referirse al sitio de donde proviene cada grupo familiar.
Históricamente podemos afirmar que el pueblo Jivi proviene del territorio colombiano, es así que numerosas familias han llegado al territorio venezolano, formando así diversas comunidades. No se conoce con certeza la filiación lingüística del pueblo Jivi, la mayoría de los investigadores consideran que su idioma pertenece a una familia o pueblo independiente.
De las narraciones de exploradores, aventureros y misioneros, existen pocos documentos, sin embargo la primera vez que se habla de los Jivi es en un relato de la expedición de Federman a los llanos cerca del río Meta en 1538. Algunos cronistas describieron a los Jivi como asaltantes nómadas. ante si negatoiva de dejarse redicie en pueblos de misioneros.
En su mayoría habitan en las sabanas de allí que la denominación Waifopijivi (gente de sabana); sus principales actividades de subsistencia, son el cultivo semi-nómada y estacional, el cultivo sedentario en poblado y la caza y recolección nómadas, lo que se ha modificado al convertirse en pobladores sedentarios, asalariados, lo cual ha conducido a crear nuevos patrones de consumo a través de la compra. Esto ha llevado a varias comunidades Jivi a dejar sus patrones de subsistencia tradicional, sin embargo aún quedan algunas comunidades que practican estas actividades económicas tradicionales.
Tomando en cuenta su forma de subsistencia es importante añadir que la alimentación o dieta del Jivi esta a basada en la cacería de lapa, venado, danta, etc., la cual también ha sufrido cambios ya que los Jivi han modificado su alimentación sobre todo aquellas comunidades que viven cercanas a las zonas urbanas.
Los Jivi conservn varios instrumentos musicales, como la flauta, cacho de venado, usados en bailes y ceremonias, actualmente viven un proceso de cultural. La organización social primordial del Jivi es la familia, la cual cumple diferentes funciones: actividad sexual y reproductiva, así como la crianza y socialización del niño. La estructura política Jivi se basa en la posición social del jefe local, que representa la autoridad alrededor del cual gira la responsabilidad de su pueblo. En tiempos pasados, las comunidades nombraban a su autoridad de acuerdo a su perfil, tomando en cuenta la responsabilidad, la honestidad, su sentido de lucha, etc. Estos elementos han cambiado, ya que los partidos políticos impusieron la figura de comisario como autoridad en las comunidades. En el pueblo Jivi, no existe la palabra “jefe”, sólo el término capitán y el “Shaman” o curandero (médico indígena), que son respetados en sus comunidades. Entre las funciones o responsabilidades de un jefe Jivi se encuentra: mantener la armonía comunal, convocar e informar a la comunidad sobre temas como: organización, deberes y reflexiones, organizar actividades comunales de pesca y trabajo comunitario, lo que se denomina “Unuma” o Trabajo colectivo. En la actualidad esta actividad ha tenido cambios al igual que otras actividades, sin embargo las comunidades en sus reuniones siguen convocando al colectivo para trabajar juntos, todo esto coordinado por el jefe o capitán. En el pasado, presente y futuro el Jivi ha tenido cambios socio-culturales, sin embargo a pesar de la transculturización aún se mantienen algunos elementos culturales importantes como es el idioma , practicando este elemento de identidad en las escuelas, en donde los docentes hacen el esfuerzo de enseñar el idioma en sus comunidades, integrando de igual manera la enseñanza del castellano. Otros cambios, tienen que ver con la vivienda, en el pasado, dice José Manuel Escala: “La casa nuestra antigua era de palma, después que llegaran los gobiernos todo cambió, hoy ya no tenemos esas casas, sólo casas de bloques, pero tenemos la cocina para cocinar y la de bloque para dormir” (Entrevista; 2007)
Aunque el pueblo Jivi ha experimentado procesos socializadores que lo han modificado, sus danzas, bailes, y cantos, se han mantenido ya que el pueblo Jivi intenta enseñar a los jóvenes de la comunidad a apreciar su cultura, creando por ejemplo, grupos de danzas de alumnos que promueven la actividad cultural. Según el Censo de Comunidades Indígenas 2001, en el Estado Amazonas fueron censadas 8.772 personas pertenecientes al pueblo Jivi, de las cuales 4.485 resultaron del sexo masculino mientras que 4.287 resultaron del sexo femenino.