Manejar lo invisible
En
los poblados e’ñepa suele haber un individuo que por razones de edad,
experiencia y sabiduría, adquiere mayor relevancia, sin que ello le otorgue
privilegios especiales. Además, no existe un hombre que tenga poder político
por encima de los demás miembros de su sexo. La ausencia de una estructura de
poder se observa en la inexistencia de una palabra que signifique “jefe”27.
La autoridad del individuo es sumamente débil y no traspasa los límites de su
comunidad. Aunque su opinión es tomada en cuenta para decisiones de importancia,
no puede exigir obediencia a los demás.
La familia nuclear e’ñepa es completamente autónoma
en sus disposiciones, incluso dentro de la casa comunal28. Según
Johannes Wilbert, la “opinión pública” ejerce un mayor control sobre el grupo
local que la autoridad individual de un jefe. La vida de los e’ñepa sorprende
por su libertad. Incluso dentro de la familia nuclear es difícil precisar si la
autoridad es potestad del padre o de la madre.
Así mismo, ninguna forma de autoridad reglamenta las
actividades, ni siquiera aquéllas de carácter mágico-religioso, a las que cada
individuo adulto es libre de asistir. A pesar de esta aparente falta de
autoridad, el pueblo e’ñepa obedece de manera natural un orden tradicional. En
su vida, la violencia interpersonal es muy escasa; ello se debe a que existen
pocos motivos de conflicto. Al no contar con medios que impidan el libre acceso
a los recursos de subsistencia, no existen individuos enriquecidos por la
acumulación de excedentes de ningún tipo. Además, las fórmulas de parentesco
son flexibles y facilitan conseguir pareja. Tampoco existen reglas estrictas de
residencia que impongan la convivencia de las personas que se llevan mal, pues
la fórmula usual para resolver conflictos es la separación del individuo o grupo
descontento29.
En síntesis, la organización social e’ñepa, como lo
ha definido María Eugenia Villalón, “constituye un conjunto de mecanismos
viables, flexibles y fuertemente integrados, mediante los cuales se establece
un equilibrio admirable entre libertad personal y exigencias de cooperación
colectiva” 30.
A los especialistas en lo sagrado, en la vida
religiosa, en la música y el ceremonial, se les llama i'yan. Como todo chamán, el i’yan
organiza su saber en torno a las fórmulas que equilibran las relaciones entre
el cosmos, la naturaleza y el hombre, saber que sólo debe ser utilizado en
favor de su comunidad. El i’yan es un
líder religioso antes que político, y desempeña múltiples funciones dentro de
su comunidad: es curandero, dirige todos los rituales en los que está envuelto
el ciclo vital de cada individuo, y es especialista en cantos, rezos y rituales
que protegen a su grupo de seres sobrenaturales.
Para ser i’yan
es preciso someterse a un proceso de aprendizaje que dura varios años, bajo la
dirección de un chamán de mayor edad. El iniciado debe atravesar una larga
temporada de aislamiento social, observar una dieta estricta en la que está
prohibida la ingestión de alimentos grasos, dulces, condimentados y
fermentados. Debe consumir grandes cantidades de droga elaborada con polvo de
tabaco y otras substancias sicotrópicas, la cual, según su creencia, se acumula
en la parte inferior del pecho, que es un centro de poder31.
Es poco el conocimiento que se tiene sobre
chamanismo e’ñepa. No se sabe si entre ellos se produce algo similar a la
“muerte simbólica”, a partir de la cual el nuevo chamán renace dotado de
poderes y facultades sobrenaturales.
Al parecer, existe una relación estrecha entre el i’yan y algunos animales de los cuales
toma su forma; ellos son sus dobles, sus avatares. Los objetos de poder más
importantes son los i’nankon (piedras
de cuarzo) y jaguares invisibles. Con las piedras de cuarzo el i’yan puede destruir enemigos a
distancia. Los jaguares son la expresión simbólica de la ambigüedad de un poder
curativo o destructivo cuando se opone a un enemigo en un encuentro violento,
lo que sólo ocurre durante el trance.
El chamán aprende a volar como los pájaros. Para
lograrlo necesita tener entre sus familiares algunos pájaros que lo van a acompañar
toda la vida. Es preciso que los agarre uno por uno, nunca juntos. Esto cuesta
trabajo.
El jaguar se logra sólo por un encanto trabajoso, de
un modo invisible. El chamán teje dos cestas, no cualquier cesta, aquéllas de
ojos grandes. Son las ew’ei,
cestas-jaulas que sirven para agarrar peces. Sus ojos grandes son como los
dibujos de la piel del jaguar. Las cestas no deben ser muy bonitas. Sus bocas
no se tejen bien amarradas. El chamán las pinta adentro de negro, con karamate. Las coloca una al lado de la
otra en un sendero limpiado por él. Las abandona allí por un tiempo. Cuando
regresa el chamán, ya no están. Sólo quedan los rasguños de las patas del
animal. Tih… tih… tih… viene un
jaguar. Alcanza al chamán y lo mira. Sih…
sih… sih… se oye el grito de otro jaguar. Así llegan separadamente. Son
dos, un macho y una hembra. Entonces el chamán, un poco débil, toma el brebaje.
Los jaguares reconocen inmediatamente a su dueño. Uno y otro lo huelen, lo
lamen por todo el cuerpo. Él debe quedarse tranquilo. Le lamen los ojos, la
boca, la nariz, las orejas, los testículos, el ano. Así aprenden a sentirlo, a
conocerlo32.
Entre los e’ñepa la enfermedad se atribuye a causas
sobrenaturales que afectan el alma o inyoto.
Cuando ésta se separa del cuerpo y viaja por los parajes del sueño, se hace
sumamente vulnerable al “daño” o a la enfermedad. Los “daños” son causados por
espíritus malignos que, tomando formas animales, lanzan dardos y flechas
invisibles produciendo enfermedades. El i’yan debe extraer estos dardos
mediante un proceso curativo llamado takura,
que consiste en chupar los puntos del dolor del cuerpo enfermo.
Entre las tareas del i’yan está la dirección del ciclo ritual que se realiza durante la
estación seca, tiempo de iniciación varonil. Toda la actividad ritual recoge la
experiencia que los e’ñepa tienen de la naturaleza, el ambiente, las
actividades de subsistencia y la división de un mundo que encierra el destino
de hombres y mujeres.
Durante
el ciclo ritual tiene lugar una serie de bailes y ceremonias. El primer baile
tiene por objeto la perforación del tabique nasal de los iniciados, lo que les
da derecho a usar un ornamento de plumas de guacamaya. Luego se celebra el rito
de colocación del kaimo, carne de
cacería ahumada, en las vigas de la casa comunal. En este período los hombres
hacen tareas femeninas como llevar a la casa yuca para la preparación de
cazabe, comida ritual que se consume con la carne ahumada o kaimo. La ceremonia implica cantos
acompañados por la extraña melodía de los clarinetes karamataimë. En ella se practica el robo ritual del kaimo por parte de las mujeres. El
último baile del ciclo ritual tiene como finalidad vestir a los iniciados con
su primer guayuco33.
La explicación mítica de la fiesta del katyayinto señala que:
Cuando la Luna alcanza Venus, la estrella de ojo
grande, ya avanzada la noche, el cortejo adelanta lentamente al son de los karamataimë. […] Hombres y mujeres se
pintan de onoto y adornan sus cuerpos con dibujos y collares. Algunos llevan un
guayuco nuevo. Cerca de la churuata está erecto el palo del baile. El dueño del
cachiri sacude los primeros golpes de maracas e inicia, solo, el canto ah… eh… oh… Entonces la danza comienza
alrededor del palo, hombres y niños iniciados solamente, con sus mantas de
palma y sus coronas de plumas de guacamayo. Che…
Che… Che… es el toque del chirijko,
el sonajero de picos de tucanes que la esposa del maestro de ceremonia golpea
contra el suelo. Entran entonces las mujeres en el corro, arrastrando los pies
con la misma cadencia […] Entre cantos y bailes, los hombres lanzan agudísimos
chillidos, ki’kijto. Hay pausas para
beber cachiri, para tocar karamataimë,
para descansar. Cantan, a la madrugada, a los maipijpë (las cintas de corteza pintadas) y tarekoe (las mantas hechas con las hojas de la palma coroba), a amsiriyën (los collares de dientes de
mono), a chipukopijpe (los adornos de
piel de tucán), akatya (el primer
guayuco de los niños iniciados), a wuariputesa
(los propios niños festejados). Ellos se quedan siempre juntos, no pueden jugar
con los demás niños. Cuando se reúnen con sus padrinos, antes de los bailes, no
deben mirar a los demás, miran siempre al suelo, cada uno apoyado sobre su
varita. Después de cada baile, se quedan tranquilos; algunos se ven muy
cansados por tanto trabajo. La fiesta dura toda la noche. Al día siguiente,
abren los guayares: el kaemo se
distribuye junto con el cazabe, mientras se sigue tomando cachiri.
Al inicio de la tarde tiene lugar el acto final de
esta larga celebración: cada niño recibirá su primer guayuco de su padrino, que
lo viste y le pone todos sus atavíos: corona de plumas de guacamayas, a veces
una cola de mono, piel de tucán, collar de dientes de mono. Bailarán una última
vez dentro de la churuata. Los niños se sientan en la kanowa, mientras una mujer flagela los lados de la kanowa para sacar los ko'cham, los espíritus de los muertos:
es el kanowawen (golpeo de la kanowa).
Este mismo día, cuando el sol decae, se irán muchos
invitados. Sólo los panakon
(padrinos) deben quedarse un día más. Para ellos y para los niños, el katyayinto termina a la mañana
siguiente, cuando botan, abandonados en un árbol, todos juntos, sus cinturones
y sus mantas.
Otra ceremonia dirigida por el i’yan es la del pajpeto,
o despedida de los muertos. En ella se entonan cantos funerarios de acuerdo con
el rango y sexo del difunto. Mientras duran los bailes y canciones fúnebres,
los espíritus regresan sintiendo la nostalgia de sus parientes vivos. Así
tratan de llevarlos rumbo a Arona o Arewa, país de los muertos. El i'yan tiene que convencer a los ko’cham para que se alejen del
lugar, permitiendo así que los miembros
de la comunidad puedan salir de sus casas34.
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