La afirmación más impactante del discurso del presidente de Bolivia Evo Morales Ayma en la Asamblea General de la ONU el día 22 de Abril, al proclamar este día como el Día Internacional de la Madre Tierra, tal vez ha sido la siguiente: «Si el siglo XX es reconocido como el siglo de los derechos humanos, individuales, sociales, económicos, políticos y culturales, el siglo XXI será reconocido como el siglo de los derechos de la Madre Tierra, de los animales, de las plantas, de todas las criaturas vivas y de todos los seres, cuyos derechos también deben ser respetados y protegidos».
Aquí ya nos encontramos ante el nuevo paradigma, centrado en la Tierra y en la vida. Ya no estamos dentro del antropocentrismo que desconocía el valor intrínseco de cada ser, independientemente del uso que hiciéramos de él. Crece cada vez más la clara conciencia de que todo lo que existe merece existir y todo lo que vive merece vivir.
Consecuentemente, debemos enriquecer nuestro concepto de democracia en el sentido de una biocracia o democracia sociocósmica porque todos los elementos de la naturaleza, en sus niveles propios, entran a formar parte de la sociabilidad humana. ¿Serían nuestras ciudades todavía humanas sin las plantas, los animales, los pájaros, los ríos y el aire puro?
Hoy sabemos por la nueva cosmología que todos los seres poseen no solamente masa y energía. Son portadores también de información, poseen historia, se vuelven complejos y crean órdenes que comportan un cierto nivel de subjetividad. Es la base científica que justifica la ampliación de la personalidad jurídica a todos los seres, especialmente a los vivos.
Michel Serres, filósofo francés de las ciencias, afirmó con propiedad: «La Declaración de los Derechos del Hombre tuvo el mérito de decir ‘todos los hombres tienen derechos’ pero el defecto de pensar que ‘sólo los hombres tienen derechos’». Costó mucha lucha el reconocimiento pleno de los derechos de los indígenas, de los afrodescendientes y de las mujeres, igual que ahora está exigiendo mucho esfuerzo el reconocimiento de los derechos de la naturaleza, de los ecosistemas y de la Madre Tierra.
Así como inventamos la ciudadanía, el gobierno de Jorge Viana en el Estado de Acre acuñó la expresión florestanía, es decir, la forma de convivencia en la cual los derechos de la floresta son afirmados y garantizados.
El presidente Morales solicitó a la ONU la elaboración de una Carta de los derechos de la Madre Tierra cuyos tópicos principales serían: el derecho a la vida de todos los seres vivos; el derecho a la regeneración de la biocapacidad del Planeta; el derecho a una vida pura, pues la Madre Tierra tiene el derecho a vivir libre de contaminación y de polución; el derecho a la armonía y al equilibrio con y entre todas las cosas. Y nosotros añadiríamos, el derecho de conexión con el Todo del cual somos parte.
Esta visión nos muestra cuán lejos estamos de la concepción capitalista, de la que hemos sido rehenes durante siglos, y según la cual la Tierra es vista como un mero instrumento de producción, sin propósito, un reservorio de recursos que podemos explotar a nuestro gusto. Nos faltó la percepción de que la Tierra es verdaderamente nuestra Madre. Y la Madre debe ser respetada, venerada y amada.
Fue lo que afirmó el presidente de la Asamblea, Miguel d’Escoto Brockmann, al cerrar la sesión: «Es justísimo que nosotros, hermanos y hermanas, cuidemos de la Madre Tierra pues ella, al fin y al cabo, es quien nos alimenta y sustenta». Por eso, apelaba a todos para que escuchásemos atentamente a los pueblos originarios. A pesar de todas las presiones en contra, ellos mantienen viva la conexión con la naturaleza y con la Madre Tierra y producen en consonancia con sus ritmos y con la capacidad de aguante posible de cada ecosistema, contraponiéndose a la rapiña de las agroindustrias que actúan sobre toda la Tierra.
La decisión de acoger la celebración del Día Internacional de la Madre Tierra es más que un símbolo. Es un giro total de nuestra relación con la Tierra, escapando del patrón dominante que puede llevarnos, si no hacemos transformaciones profundas, a nuestra autodestrucción.
Leonardo Boff
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