Presentación

"El trabajo no debe ser vendido como mercancía, debe ser ofrecido como un regalo a la comunidad"

Ernesto Che Guevara



Por el derecho que tienen los pueblos a saber su propia historia. Por el derecho a conocer sus tradiciones y cosmovisión indígena. Por el derecho a conocer la leyes que los amparan. Por el derecho a socializar el conocimiento liberándolo de la propiedad privada, del autor individual, la editorial, la fundación, la empresa, el mercado y cualquier otro tipo de apropiador que ponga precio a lo que es patrimonio de la humanidad.

Siguiendo el ejemplo de la cultura del regalo que practican los pueblos originarios de todas las latitudes y en la conciencia de que el otro, es también mi hermano: “sangre de mi sangre y huesos de mis huesos”, concepto que los indígenas de Venezuela resumen con el término pariente, he desarrollado esta página, con la idea de compartir estos saberes, fruto de años de investigación en el campo antropológico, para que puedas hacer libre uso de un conjunto de textos, muchos de los cuales derivaron del conocimiento colectivo de otros tantos autores, cuya fuente ha alimentado mi experiencia humana y espiritual.

A mis maestros quienes también dedicaron su vida a la investigación en este campo, apostando de antemano, que por este camino jamás se harían ricos, a los indígenas que me mostraron sus visiones del mundo, a los talladores, ceramistas, cesteros, tejedores, indígenas y campesinos que me hablaron de su oficio.

A Roberto y a Emilio quienes murieron en la selva acompañándome en aventuras de conocimiento, a mis colegas de los equipos comunitarios de Catia TVe, a los colegas de los museos en los que he trabajado, a mis compas de la Escuela de la Percepción, a mis amigas que me han apoyado y a los que me han adversado, mi mayor gratitud.

Lelia Delgado
Centro de Estudios de Estética Indígena
Leliadelgado07@gmail.com

jueves, 16 de febrero de 2012

E’ñepa- Los Panare I. Del libro Vida Indigena en el Orinoco



Aproximación al territorio tribal

El sol comienza a descender detrás de las doradas montañas cercanas al río Cuchivero. Sus múltiples matices rojos, verdes y amarillos iluminan los poblados e’ñepa.
Mientras un grupo de hombres se sienta a conversar sobre las faenas cotidianas de cacería y pesca, el tiempo transcurre lentamente. Entre minuciosas descripciones, cálidos relatos, bromas y risas, tejen cestas circulares llamadas “guapas”. Esta habilidad es una forma definitiva de identidad y una destreza que consideran exclusiva de su sexo.

 Si bien la cestería forma parte de sus oficios tradicionales, en los últimos años se ha revitalizado con la adopción de estilos y técnicas de tejido ye’kuana. Esto ha dado un nuevo impulso a la creatividad, que se evidencia en el desarrollo de soluciones técnicas y estéticas que llegan hasta nosotros plenas de lirismo, vitalidad y simbología.

 Se autodenominan e’ñepa (que significa “gente indígena”). El vocablo contrario con el que denomina a los hombres de otras etnias —excepto a los hoti, a quienes llaman onwás1— es tato. El término “panare” es el de mayor uso en la literatura etnográfica, aunque comienza a ser sustituido por e'ñepa o e’ñapa2, introducido a partir de la década de los setenta.
Lingüistas como Cestmir Loukotka, Marshall Durbin, María Eugenia Villalón y Marie- Claude Mattei-Müller clasifican la lengua e’ñepa como perteneciente a la familia caribe. Según esta última autora, se trata de una lengua dinámica cuyo léxico se ha enriquecido con la creación de numerosos neologismos3.

La primera referencia que se tiene de la existencia de esta etnia se debe a Agustín Codazzi, quien en 1841 la ubicó en la región del alto Cuchivero. Sin embargo, Salvador Gilij (1780), poseedor de la mayor información sobre esta región, no los menciona4. Es posible que este autor los identificara como oye o payuro, grupos étnicos pertenecientes a la familia lingüística caribe que habitaron las zonas aledañas al medio y alto Cuchivero.

Al parecer, los e’ñepa se expandieron desde el alto Cuchivero hacia otras regiones como consecuencia de un proceso de división de la etnia en dos ramas. Una siguió hacia el Guaniamo y se estableció en las montañas que están al oeste de El Tigre. La otra se expandió hacia el occidente, asentándose en la serranía que separa el Guaniamo de los llanos del Orinoco5. La expansión del pueblo e’ñepa continuó hacia la serranía del Chaviripa, en donde algunos grupos establecieron sus asentamientos. Otros se ubicaron en la serranía de La Cerbatana.

 Su diáspora, relacionada con el deseo de acercarse a la población criolla a fin de obtener sus productos manufacturados6, parece haber concluido en los primeros años del siglo XX. En la actualidad, los e’ñepa habitan la región que se extiende sobre la margen derecha del curso medio del Orinoco, lo que políticamente corresponde al distrito Cedeño del estado Bolívar. También existen poblados e’ñepa al sur, en los límites con el estado Amazonas.

Su territorio tribal se ubica en una zona intermedia entre dos ecosistemas bien definidos. Uno corresponde a la región paralela al sur del Orinoco. Se trata de una franja de aproximadamente 30 kilómetros de largo en donde predomina la ecología típica de los llanos: extensas sabanas casi desprovistas de árboles, atravesadas por numerosos ríos y caños que salen de sus cauces en la estación lluviosa. Estos ríos están bordeados por selvas de galería que forman morichales7. Las sabanas en algunos tramos se  interrumpen por el afloramiento de grandes rocas erosionadas pertenecientes al macizo Guayanés. El ecosistema que corresponde a la región noroccidental del territorio e’ñepa se caracteriza por altos riscos desprovistos de vegetación. En esta región, a medida que las montañas se van haciendo más altas, la vegetación se hace más boscosa y rica en animales de caza.

Formas de vivir

El patrón de asentamiento e’ñepa es un ejemplo de adaptación al medio, lo cual se evidencia en la explotación simultánea de varios ecosistemas. Este patrón, que podríamos calificar como seminomadismo, se caracteriza por la construcción de un asentamiento principal en las montañas, desde el cual salen a pescar. Durante el tiempo que duran estas expediciones construyen refugios temporales. Algunos grupos utilizan las tierras bajas como asentamiento principal, y desde allí se dirigen hacia las montañas en busca de frutos silvestres y animales de caza. Los poblados ribereños se ubican en zonas ligeramente altas como morichales, bancos, matorrales y lagunetas, con el fin de evitar inundaciones.

Los conucos se talan en zonas boscosas. Allí mismo se proveen de cacería, frutos silvestres y materias primas para la confección de artefactos y utensilios domésticos. La adaptación ecológica de los e’ñepa es fundamentalmente selvática, de modo secundario fluvial, y sólo marginalmente orientada a la saban8.

Los árboles caídos se dejan secar y antes de que comiencen las lluvias, se queman. Esto produce las cenizas que fertilizarán los suelos. Las parcelas se desmontan antes de iniciar la siembra, para lo cual utilizan machetes y chícoras metálicas compradas a los criollos. La memoria de los tiempos en que los e’ñepa trabajaban las tierras con herramientas de piedra, se ha perdido completamente.
Los principales productos cultivados que forman parte fundamental de su dieta son: yuca amarga, yuca dulce, ñame, batata, ocumo, plátano, cambur, lechosa, piña, maíz, arroz y caña de azúcar.
Caza y pesca son de gran importancia para su economía. Hasta hace poco usaban lanzas para cazar animales de cierto tamaño, como la danta, el venado, el oso hormiguero y el báquiro. Estas lanzas, de aproximadamente dos metros y medio de longitud, eran provistas de una punta de metal atada fuertemente con fibras de macanilla en un extremo del asta, aunque cada vez es más frecuente el uso de armas de fueg9.

Para elaborar las cerbatanas10, armas de doble embocadura, fabrican dos tubos. Uno exterior, de mayor tamaño, al que se le introduce otro interno o “alma”, la cual sobresale unos siete centímetros, para acoplar una bocina de madera. Los dardos de las cerbatanas, fabricados con el nervio de las hojas de coroba o cucurita, se envenenan con curare que intercambian con los piaroa, aunque fabrican un veneno doméstico hecho con plantas que incluyen algunas de la especie Strychnos.
La pesca tradicional se hacía envenenando los caños. Era una actividad colectiva en la que participaban todos los miembros de la comunidad. Los hombres preparaban y colocaban el veneno en el agua; su efecto hacía salir los peces a la superficie. De allí eran recogidos por las mujeres y los niños. Este tipo de pesca se ha hecho cada vez menos frecuente a causa de leyes que prohíben el envenenamiento de peces. Actualmente usan hilo de nailon y anzuelo.

Los productos de la recolección constituyen una parte importante de su dieta. La miel es muy apreciada, pues gustan de comidas dulces. Recolectan frutos de algunas palmas como el cucurito, la coroba, el moriche y el pijiguao, así mismo, algunas especies de hormigas y gusanos comestibles de palma.

Los hombres realizan comidas colectivas11. Aunque los alimentos estén listos, nadie come antes de que todos hayan regresado al poblado. Si un grupo ha salido de cacería se le espera incluso hasta bien entrada la noche. Las mujeres no participan en las comidas con los hombres; ellas lo hacen en el mismo sitio donde cocinan. El reparto equitativo de alimentos impide que se produzca acumulación individual de excedentes, los cuales son integrados a lo que se podría llamar la “economía de la fiesta”, caracterizada por el derroche y el consumo.

Los e’ñepa crían perros que les son de suma utilidad en las rutinas de cacería12. Burros y mulas, recientemente introducidos, se usan en faenas de transporte y carga. En casi todas las comunidades hay gallinas y pavos que los niños tienen como mascotas. En algunos asentamientos crían lechones que venden a los criollos.

La oposición entre tareas masculinas y femeninas organiza la vida cotidiana. Mientras los hombres se ocupan de la caza y la pesca, las mujeres trabajan en la agricultura y la recolección. Ellos preparan las tierras para la siembra: talan, queman y deshierban los conucos. Ellas, relacionadas simbólicamente con la fertilidad, siembran y cosechan. Cada sexo desempeña roles distintos aunque complementarios, lo que asegura el éxito de una actividad fundamental para la vida de la etnia, como es la agricultura.

Entre las tareas colectivas de mayor importancia está la construcción de la casa comunal. Se trata de una actividad en la que participan voluntariamente los varones, sin que ninguno esté en la obligación de ayudar. El hecho de no cooperar no priva del derecho a vivir en la casa, una vez terminada.

Las mujeres tienen mayores exigencias de trabajo y colaboración que los hombres. A ellas les corresponden funciones decisivas: cocinar, ocuparse de los niños, cargar agua, cortar leña. Nunca están ociosas, su tiempo está enteramente consagrado a la ejecución de todos los trabajos que impone la vida cotidiana13. Aunque es estrecha la cooperación entre hermanas, madres e hijas, la unidad básica de producción está formada por el hombre, su esposa y sus hijos.
Los e’ñepa desconocen todo derecho de propiedad sobre los recursos naturales. Ningún territorio, lecho de río o montaña, se considera exclusivo de un grupo o individuo14. Cada hombre puede limpiar un terreno para la siembra, cazar, pescar y recolectar en donde considere más propicio. El producto de su trabajo pertenece a él y a su familia. Cuando abandona el conuco por baja en la producción, sus derechos sobre el sitio van disminuyendo. Los derechos de propiedad sólo se ejercen sobre objetos de uso personal: vestido, chinchorro e instrumentos de trabajo, los cuales son respetados incluso en la sociedad conyugal. Cuando muere un hombre o una mujer, las pertenencias son quemadas en una pira ritual.

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