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Presentación

"El trabajo no debe ser vendido como mercancía, debe ser ofrecido como un regalo a la comunidad"

Ernesto Che Guevara



Por el derecho que tienen los pueblos a saber su propia historia. Por el derecho a conocer sus tradiciones y cosmovisión indígena. Por el derecho a conocer la leyes que los amparan. Por el derecho a socializar el conocimiento liberándolo de la propiedad privada, del autor individual, la editorial, la fundación, la empresa, el mercado y cualquier otro tipo de apropiador que ponga precio a lo que es patrimonio de la humanidad.

Siguiendo el ejemplo de la cultura del regalo que practican los pueblos originarios de todas las latitudes y en la conciencia de que el otro, es también mi hermano: “sangre de mi sangre y huesos de mis huesos”, concepto que los indígenas de Venezuela resumen con el término pariente, he desarrollado esta página, con la idea de compartir estos saberes, fruto de años de investigación en el campo antropológico, para que puedas hacer libre uso de un conjunto de textos, muchos de los cuales derivaron del conocimiento colectivo de otros tantos autores, cuya fuente ha alimentado mi experiencia humana y espiritual.

A mis maestros quienes también dedicaron su vida a la investigación en este campo, apostando de antemano, que por este camino jamás se harían ricos, a los indígenas que me mostraron sus visiones del mundo, a los talladores, ceramistas, cesteros, tejedores, indígenas y campesinos que me hablaron de su oficio.

A Roberto y a Emilio quienes murieron en la selva acompañándome en aventuras de conocimiento, a mis colegas de los equipos comunitarios de Catia TVe, a los colegas de los museos en los que he trabajado, a mis compas de la Escuela de la Percepción, a mis amigas que me han apoyado y a los que me han adversado, mi mayor gratitud.

Lelia Delgado
Centro de Estudios de Estética Indígena
Leliadelgado07@gmail.com

viernes, 10 de febrero de 2012

Los Yekuana .Gente de Curiara I . Del libro vida indígena en el Orinoco.

 
 Foto de Edgardo Gomzález Niño

MITICOS NAVEGANTES

Sin mayores posesiones que aquellas contenidas en una
curiara, los ye’kuana, conocidos en la literatura etnográfica
como makiritare, rápidos como la brisa que golpea sus cuerpos
desnudos, atraviesan raudales tocando imperceptiblemente
el agua de las corrientes más temibles sin que ningún
obstáculo pueda detenerlos.
Es fascinante observar sus imágenes casi detenidas sobre la
húmeda polifonía de las corrientes acuáticas que, como
hilos resonantes, se deslizan por entre peñascales, relieves
escarpados o extensas masas arborescentes. Sus miradas
traspasan como una ráfaga de luz la espesura neblinosa de
las aguas durante las madrugadas frías que impregnan el
ambiente de funestos presagios. Sus mitos, fórmulas mágicas
mil veces repetidas, presentes en los cantos y en los cálidos
relatos de los ancianos, tienen esa maravillosa posibili
dad de transmutar la realidad, para mostrarnos un universo
abierto al vuelo extático que trasciende los más insólitos
espacios.
Allí en donde la magia permite al hombre ser jaguar o
pájaro, remontar espacios interestelares que lo comuniquen
con el cielo supremo de Wanadi o bajar a las moradas secre
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tas de los terribles espíritus mawari, las acciones de la vida
cotidiana se funden al imaginario como la poesía que explica
la armonía de los mundos.
En su universo, decir ye’kuana es decir gente de curiara, y
aunque la etimología no sea totalmente exacta, su autodenominación
proviene de ye: madera, cu: agua y ana:
gente.1 Los ye’kuana hablan una lengua particular que
forma parte de la familia lingüística caribe.
Los ye’kuana han extendido su territorio como consecuencia
de su cualidad extraordinaria de navegantes y constructores de
embarcaciones. Se agrupan en las márgenes y afluentes de los
ríos Padamo, Ventuari, Paragua, Caura, Uraricuera, Uesete,
Cunucunuma, Yatiti, Cuntinamo y Erebato, dentro de un área
aproximada de 30 mil km2, en un ámbito de lo que se conoce
políticamente como estado Amazonas y estado Bolívar.2
La Conquista fue para ellos un acontecimiento tardío que
data de la segunda mitad del siglo XVIII. La expedición de
Solano entró en contacto con los ye’kuana del alto Orinoco
entre 1756 y 1761, Apolinar Díez de la Fuente en 1760 y
Francisco Fernández de Bobadilla en 1764. Los encontraron
Los lugares en donde habitan y los alimentos que consumen
forman parte de un complejo sistema de creencias. En cada
paraje de la selva suceden eventos que relacionan a los
ye’kuana con espíritus del mundo natural, algunos de ellos
pacíficos y benevolentes, otros eminentemente peligrosos.
Aunque siembran maíz, plátanos, cambures y piñas, la yuca
amarga es el principal producto. Esta planta alimenticia
tiene la ventaja de ser cultivo de alto rendimiento. Con ella
se prepara una variedad de alimentos de gran importancia
para la dieta, tales como el cazabe, el mañoco, la yucuta, el
yaraque, el cumache y el yare.4
Los ancianos determinan los espacios favorables para la
agricultura, caza y pesca, en particular aquellos lugares que
no despiertan el espíritu trágico de Kanaima, el cual propicia
fiebres misteriosas que castigan con su saldo de muerte
los poblados ye’kuana.
La caza y la pesca son actividades de importancia para la
subsistencia ye’kuana. Ésta se expresa en una serie de metáforas
y máximas cuyo sentido está referido a tales actividades.
La cacería se realiza fundamentalmente con cerbatanas.
Los ye’kuana son diestros en su uso y confección y
las fabrican con tallos de bambú de gran longitud. Los daren
las inmediaciones del río Padamo. Desde el siglo XVIII
hasta principios del siglo XIX, los ye’kuana estuvieron a
cargo de la Misión de los Observantes,3 quienes ayudaron a
establecer una cadena de puestos españoles desde la estación
de La Esmeralda hasta el Erebato, la cual fue destruida en
1776 por los mismos indígenas como consecuencia de la
represión de la que fueron objeto.
Posteriormente, en 1838, Robert Schomburgk atravesó este
territorio desde el Merevari hasta el alto Orinoco; Chaffanjon
y Eugène André visitaron la región del alto Caura a finales
del siglo XIX.


La subsistencia y sus metáforas


Toda aldea ye’kuana posee en sus inmediaciones un puerto fluvial
y una serie de caminos y senderos que se adentran en la
selva. Algunos conducen a los conucos; otros recorren pequeños
caños y zonas de cacería que los acercan a los lugares en donde
consiguen los principales medios de subsistencia.
En su relación con el mundo natural, incluso en aquellos
aspectos de naturaleza económica referidos a las formas más
elementales de subsistencia, hay mediaciones simbólicas.
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dos se manufacturan con el nervio de la palma bacaba o
con astillas de bambú. El carcaj, de aproximadamente 65
cm de largo, se confecciona con un pedazo de la vaina de la
hoja de la palmera paschiuba, doblada y cosida con un
cordón de fibra. Esta envoltura se fija a un pedazo de bambú
dentro del cual se colocan los pequeños dardos. También
usan escopetas compradas a los criollos.
Con las cerbatanas se caza el paují, el piapoco, la garza, la
gallineta, el gavilán y otras aves. De ellas aprovechan la
carne y las plumas. Otros animales de cacería son la danta,
la lapa, el báquiro, el mono araguato y el capuchino, el
chigüire, el picure, además de reptiles como el caimán, la
iguana, la baba y algunos quelonios como la tortuga y el
morrocoy. El único animal doméstico adoptado de los criollos
es el perro. Utilizado en la cacería, su entrenamiento
constituye una verdadera ceremonia de iniciación a base de
ají, humo y hormigas bravas.
La pesca es una actividad colectiva. Sus técnicas van desde el
envenenamiento del agua con barbasco, hasta el uso del
arco, flecha y cerbatana. Con frecuencia usan trampas y
nasas, además de anzuelos, arpones y redes enmangadas.
La recolección incluye frutos, tallos y fibras de diversas
palmeras, como el seje, el moriche, el cucurito, la coroba, el
pijiguao, usados como materias primas en la ejecución de
muchos objetos de cultura material. Recolectan miel de abejas
y algunos insectos cuyas larvas consumen crudas o cocidas.
El trabajo se realiza obedeciendo a una división sexual de
las tareas. Asignan las prácticas rituales y todo lo que
concierne a lo sagrado a los hombres, además de la caza, la
pesca y limpieza de los terrenos. A ellos corresponde también
la construcción de curiaras, viviendas, objetos ceremoniales
y cestería.
La fuerza de trabajo de la mujer desempeña un importante
papel económico y simbólico. Su labor incesante se dedica a
la siembra y otras tareas que permiten mantener los conucos
en producción, lo cual se relaciona simbólicamente con la
fertilidad. A las mujeres corresponde el acarreo de grandes y
pesados cestos en donde se colocan los productos de la
recolección y cosecha de los conucos. Las actividades
femeninas incluyen la interacción masculina en labores que
demandan mayor esfuerzo físico.
Para el ye’kuana el trabajo no es algo penoso; se trata de
una actividad comunitaria en la cual cada individuo reafirma
su personalidad y desarrolla sus cualidades, iniciativas e
invenciones.
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Estética de lo utilitario
La cultura ye’kuana pareciera compartir aspectos básicos
con otras etnias que habitan la región. Sin embargo, posee
muchos rasgos distintivos en lo que respecta a lengua, cultura
material, pensamiento mágico-religioso, símbolos
visuales y vida estética, entre otros.

Sus comunidades, compuestas por varias familias extensas,
no acostumbran a vivir en aldeas densamente pobladas. Las
casas comunales o ette son enormes; de lejos parecen
grandes cestas cubiertas de hojas trenzadas de palma. Se levantan
sobre un claro de la selva entre troncos esbeltos que
despliegan todo su follaje en la cima para crear de esta
forma una penumbra vegetal. El interior del ette es un
mundo de espacios infinitos, indescriptibles. Una trama de
hilos invisibles separa los clanes familiares y divide el
mundo en territorios que unen lo sagrado y lo profano.

Construir el ette no es un hecho puramente arquitectónico:
es celebrar la aparición del árbol de la vida, es repetir la
acción creadora de Wanadi; construir es una experiencia
sagrada. En este rito comunitario, cada día menos practicado,
los ye’kuana despliegan en medio del trabajo toda la
riqueza de sus cantos, mientras se escucha el sonido de las
 flautas, trompetas de caracol, clarinetes, pitos y tambores, y
se reparte sin cesar comida y bebida fermentada.

El grupo local ocupa una sola vivienda. Dentro de ella cada
familia posee un lugar fijo. El ette agrupa entre 20 y 70 personas.
El techo cónico se eleva sobre tres postes principales
de los cuales el del centro es el más fuerte. Por su tamaño,
entre 16 y 18 metros de altura, sobresale por encima de la
punta del techo. Doce postes más pequeños, dispuestos en
círculo alrededor de los centrales, se unen entre sí por varias
varas atravesadas o vigas que soportan la armazón del techo
formado por varios aros.5


Los techos cónicos se revisten con las hojas alambicadas del
moriche y del cucurito trenzadas entre sí con una urdimbre de
lianas paralelas. La pared circular del ette es una trama de
largas pértigas a la cual se sobreponen capas sucesivas de palma.
En el pasado acostumbraban a hacer las paredes con cortezas
unidas por gruesas lianas, las cuales forman tabiques decorados
con pinturas que reproducen escenas de cacería, pesca y baile.


El horcón central sobre el que se apoya la estructura del ette
simboliza el pilar mítico que sostiene la estructura celeste
ye’kuana. Se fabrica con el árbol sagrado dahaaka. Como el
árbol del mundo, el horcón central se “siembra” dentro de
un orificio-ombligo. Allí los chamanes solían depositar
ramilletes hechos con la planta sagrada de la yuca amarga,
primer árbol de la vida.


La erección del poste central constituye un momento singular
en el que los ancianos sentados en sus bancos rituales
entonan el canto chamánico que narra el rapto de esta
planta. Para esta ceremonia las mujeres se pintan el cuerpo
con trazos de líneas quebradas que simulan los peldaños del
horcón originario, por donde el mono mítico robó del cielo
la yuca amarga.

Tradicionalmente, el espacio central del ette comunicaba
directamente con una puerta colocada hacia la salida del
sol, sobre la que se proyectaban los primeros fulgores del
amanecer. Cada nuevo día era un triunfo de la deidad solar.
Esta ceremonia que ahora sólo vive en el recuerdo de los
ancianos se acompañaba con danzas y la extraña melodía
de las trompetas sagradas que saludaban cada amanecer.

Según la creencia, los espacios del ette profundamente relacionados
con las zonas celestes comunican la tierra con el
mundo superior. Construir es reproducir, de forma simbólica,
la gran morada cósmica, conforme con las normas dictadas
por Wanadi desde los orígenes del mundo. El espacio
real y el simbólico del ette son uno solo. Los troncos laterales
forman el gran círculo que sostiene la estructura del techo y
se llaman shidityeene; delimitan el recinto varonil. El horcón
horizontal, que soporta el techo y mantiene unidas las
vigas centrales de la casa, se llama addoemme-do’tadi.
Esta analogía está de acuerdo con la compleja trabazón de
la bóveda celeste ye’kuana.6

La disposición interior de la casa pone de manifiesto la eficacia
de una serie de signos instituidos culturalmente. Cerca
de la pared se ubican los fogones y los espacios familiares,
que forman un corredor circular, el cual se desplaza en
torno a un centro separado por un tabique hecho con
corteza de árbol. El recinto central constituye un espacio
simbólico que está fuera del tiempo y del espacio. Allí se
efectúan acciones rituales, mágicas y curativas. Este recinto
reservado a los varones, en el que se desarrollan las comidas
comunales, se utiliza también como dormitorio de solteros y
huéspedes especiales.

El lugar se ilumina por medio de una ventana abierta en el
techo cónico con dirección al sol. En las noches de lluvia la
ventana se cierra para evitar la entrada de espíritus hostiles.7
En este ambiente íntimo, los fogones esparcen los olores
peculiares de comida rancia, los perros ladran, los niños
lloriquean, un chamán canta su vigilia, mientras alguna
 anciana insomne aviva el fuego, cuyo humo desaparece por
entre la criba de las hojas del techo y deja sobre él su densa
capa de hollín


Los ye’kuana construyen otro tipo de vivienda de planta rectangular
llamada homakari,8 cuyos techos de dos vertientes
rematan en cada extremo con una saliente cónica, lo que da
a estas casas una apariencia oblonga. El homakari puede
sustituir al ette como casa comunal o usarse como lugar de
reunión, trabajo o descanso de los varones. A veces allí se
colocan los budares para realizar las tareas finales de
preparación del cazabe y del mañoco.


Es difícil deslindar las sutiles relaciones que imbrican lo sagrado
y lo profano. La vida estética, unida a una experiencia del
mundo altamente ritualizada, se adentra en cada plano de la
existencia. Las formas simbólicas someten al cuerpo, acompañan
las comidas y bebidas, penetran el mundo de los objetos9
y utensilios, se evidencian en su lengua, en la percepción de los
sonidos de la naturaleza, en los cantos chamánicos, en la ejecución
musical, incluso en la muerte.


La vida estética comienza por las modificaciones del cuerpo,
que se transforma de acuerdo con los gustos y preferencias
tradicionales. Hasta hace poco, y cada vez menos, los miem-
bros de ambos sexos de los ye’kuana cortaban su espesa
cabellera de igual manera. Las cejas, pestañas, axilas, vello
púbico y barba eran arrancados o afeitados con tijeras de
bambú. Los lóbulos de las orejas se perforaban para el uso
de pendientes decorativos hechos con mostacilla y metal, o
para colocar en sus orificios orejeras hechas con plumas de
colores y bambú. Los labios se perforaban con adornos de
espiga y plumas. Hombres y mujeres se amarraban ajorcas
de mostacillas blancas, cintas tejidas con cabello humano o
fibras naturales, alrededor de las muñecas, tobillos y pantorrillas.
Los collares, gruesos cordones de cuentas de colores
rojo, azul oscuro y negro, cruzaban el pecho.

Los diseños sobre el cuerpo, de extraordinaria riqueza formal,
reproducían líneas paralelas de signos geométricos.
Para esta minuciosa tarea acostumbraban deslizar rodillos y
sellos de madera (pintaderas) sobre la piel o usaban “pinceles”
hechos con diminutos palos de caña humedecidos en
onoto y otras sustancias colorantes.10

En esta constelación de amuletos, talismanes y abalorios,
una talla de madera, en forma de murciélago, de la que
cuelgan tucanes disecados, adquiere gran significación. Este
adorno, de uso festivo, pende sobre la espalda acompañado
de un collar de dientes de báquiro ensartados en hilos de
algodón, los cuales terminan en la colorida algarabía festivade plumas multicolores.

Los ye’kuana tejen guayucos con hilos de algodón y cuentas de
mostacillas de cristal llamados muáho,11 preferentemente de
colores azul, blanco y rojo, usando telares rudimentarios que
tienen forma de arco. Sobre una sencilla estructura de madera
tejen chinchorros y fajas para cargar a los niños (guanepe).

La diversidad de los tejidos en fibras vegetales alcanza su
mayor expresión técnica, estética y simbólica en la confección
de cestas,12 actividad de gran importancia en el contexto
sociocultural ye’kuana. Mientras que el hilado y la textilería
son tareas femeninas, el tejido de cestas, salvo las
wuwas, es una actividad masculina.

La excelencia de las técnicas utilizadas en la cestería tiende a
decaer en grupos altamente aculturados. El proceso de aprendizaje
es informal. Los niños observan a sus padres que tejen
en el centro del ette. Primero aprenden a reconocer las materias
primas y a preparar las pinturas; luego tejen las primeras
cestas, a manera de juego, bajo la supervisión atenta de algún
adulto. Las técnicas, tipos de cestas y diseños que requieren de
cierta experiencia, se van aprendiendo en el curso de la vida.
Las fibras utilizadas se encuentran en las zonas aledañas a
los poblados. Cada fibra se corresponde con el uso de la cesta
producida. Por ejemplo, para la fabricación del sebucán se
utilizan fibras suficientemente fuertes como para soportar la
tensión y el peso de la pulpa de la yuca amarga. Las fibras
más usuales son raíces aéreas, bejucos, tallos de palma de
diversas especies y bambú, de cuya corteza interior se obtienen
tiras que se cortan, alisan y entretejen.

Muchas de las cestas producidas son utilizadas en la recolección,
acarreo, exprimido, colado, conservación y otras labores
relacionadas con el procesamiento y consumo de la yuca
amarga, alimento central de la dieta ye’kuana. Por tal razón,
es mayor el uso y fabricación de mapires, catumares, sebucanes,
manares, petacas y abanicos. Otras cestas sirven para
guardar objetos durante los viajes o como trampas de pesca.

La guapa es un tipo de cesta de gran riqueza decorativa. Se
caracteriza por la complejidad de sus diseños geométricos,
que se organizan, igual que la estructura del ette, desde el
centro hacia los bordes. La gran variedad de motivos de las
guapas varía de acuerdo con la habilidad de los tejedores. Los
diseños de naturaleza simbólica están vinculados a personajes
míticos. Tal es el caso de la culebra de agua o anaconda,
el mono, el picure, el báquiro y las ranas, animales de carácter
sagrado que aparecen en los mitos de la Creación.

Algunos animales mitológicos como el jaguar, el mono y la
tortuga, se representan en forma figurativa. Sin embargo, es
frecuente la abstracción de formas naturales mediante
“mosaicos”, y extrañas geometrías que representan los atributos
que caracterizan a ciertos animales. Los diseños
zoomorfos y antropomorfos de las guapas se han convencionalizado
como consecuencia de la técnica textil, lo que
confiere a las formas, figurativas o abstractas, un particular
carácter geométrico. El centro de la guapa constituye un
espacio decorativo por excelencia. En éste se tejen los motivos
figurativos o abstractos que dan nombre a cada cesta.13


Estos motivos se enmarcan con diseños geométricos lineales
periféricos de extraordinaria complejidad. Tanto los motivos
centrales como los periféricos poseen significado en el contexto
mitológico. Esto se evidencia en el uso de formas
abstractas que se vienen repitiendo durante cientos de años
en las inmediaciones del río Padamo. El color en la guapa
es igualmente simbólico, y yuxtapone el rojo y el negro
combinados con los tonos de la fibra natural. Esto crea un
efecto de cierto cinetismo policromo. De acuerdo con Henry
Corradini, entre las cualidades estéticas de la cestería
ye’kuana se destacan la claridad y equilibrio de sus composiciones,
y la simplicidad y precisión en el tratamiento de
los motivos. Esto contribuye al proceso de sintetización de lo
visible. Según este autor, el nítido ordenamiento de la composición,
además de despertar un sentimiento de calma y
reposo, nos revela que estos tejedores gozan de gran estabilidad
emocional y de perfecto dominio de sí mismos.14
 
El comercio de cestería entre los ye’kuana data de finales del
siglo XVIII y ha continuado hasta el presente. Anteriormente
la venta de cestas se hacía a través de las misiones del alto
Orinoco y de Santa María del Erebato. Actualmente ellos
mismos las distribuyen en otras ciudades del país. El tejido
de cestas de excelente calidad estética hechas con fibras de
mamure se ha incrementado entre las mujeres ye’kuana,
quienes han encontrado en esta nueva fórmula de artesanía
comercial una importante fuente de ingresos económicos

Otro utensilio vinculado al procesamiento de la yuca amarga
es la tabla de rallar. Su minuciosa técnica de fabricación
se inicia con la preparación de la madera, a la que se le van
incrustando minúsculas y agudas astillas de piedra, las cuales
se fijan a la tabla con una resina negra llamada peramán.
La disposición de las diminutas piedras va creando
diseños geométricos de extraordinaria sutileza, que se insertan
y se continúan con dibujos en negro y rojo ejecutados en
los extremos de la tabla. Los ralladores ye’kuana constituyeron
en el pasado un producto de gran distribución co
mercial en toda la región. Actualmente, una fabricación
más rudimentaria ha sustituido las pequeñas astillas de
piedras por triangulitos de hojalata.

Entre los objetos de uso cotidiano de los ye’kuana es frecuente
encontrar gran variedad de recipientes hechos con calabazas,
que se utilizan para conservar y tomar líquidos, que suelen
pintarse interiormente con peramán y otras materias vegetales
que les dan un acabado brillante y las hace impermeables.

La alfarería fue entre los ye’kuana un trabajo masculino de
larga tradición. Actualmente ha desaparecido debido al uso
cada vez mayor de ollas y recipientes de aluminio.


Antiguamente, los alfareros modelaban el fondo de sus vasijas
en arcilla. Con la palma de la mano hacían largas cintas que
colocaban una sobre otra en forma de espiral. Las superficies
de las ollas se alisaban con utensilios rudimentarios hechos
con un trozo de tapara. Las vasijas se dejaban secar a la sombra
y cerca del fogón, colocándolas sobre una cesta volteada y
cubiertas con hojas de plátano. La quema se realizaba a fuego
abierto, en una pira hecha con palos y hojas que producían
un humo espeso. De vez en cuando las manchas de humo se
limpiaban con hojas verdes, y con una resina producían una
suerte de “vidriado” que las hacía impermeables.


La etimología del gentilicio ye’kuana nos señala que éste es
un pueblo de navegantes y constructores de embarcaciones.
Las curiaras están hechas con el tronco de un solo árbol. En
su territorio, particularmente en los bosques de los ríos
Padamo y Paragua, abundan árboles gigantescos que son
útiles para la fabricación de este tipo de embarcaciones.

Para construirlas tumban grandes árboles cuyo interior se vacía
hasta obtener la forma oval característica. La superficie exterior
de la curiara se desbasta con hachas y machetes de metal, hasta
que el casco queda totalmente liso y de grosor uniforme.

El espacio interior de la curiara se ensancha utilizando
fuego. Poco a poco, en un proceso lento y minucioso, se van
quemando pequeños tramos. A medida que el fuego va
abriendo los espacios, se insertan travesaños para evitar que
la madera se encoja al enfriarse. Luego se colocan las tablas
que servirán de asientos. Terminando este proceso, la curiara
estará lista para la navegación fluvial.15 Los canaletes que
propulsan las curiaras por ríos y caños tienen forma acorazonada;
se tallan en maderas duras y se decoran con diseños
pintados en colores rojo y negro.

Cuando las curiaras son desechadas como embarcaciones, se
usan para conservar la pulpa de la yuca recién rallada, lavar
ropa o almacenar bebidas fermentadas, que se consumen enfiestas y ceremonias rituales.

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