Presentación

"El trabajo no debe ser vendido como mercancía, debe ser ofrecido como un regalo a la comunidad"

Ernesto Che Guevara



Por el derecho que tienen los pueblos a saber su propia historia. Por el derecho a conocer sus tradiciones y cosmovisión indígena. Por el derecho a conocer la leyes que los amparan. Por el derecho a socializar el conocimiento liberándolo de la propiedad privada, del autor individual, la editorial, la fundación, la empresa, el mercado y cualquier otro tipo de apropiador que ponga precio a lo que es patrimonio de la humanidad.

Siguiendo el ejemplo de la cultura del regalo que practican los pueblos originarios de todas las latitudes y en la conciencia de que el otro, es también mi hermano: “sangre de mi sangre y huesos de mis huesos”, concepto que los indígenas de Venezuela resumen con el término pariente, he desarrollado esta página, con la idea de compartir estos saberes, fruto de años de investigación en el campo antropológico, para que puedas hacer libre uso de un conjunto de textos, muchos de los cuales derivaron del conocimiento colectivo de otros tantos autores, cuya fuente ha alimentado mi experiencia humana y espiritual.

A mis maestros quienes también dedicaron su vida a la investigación en este campo, apostando de antemano, que por este camino jamás se harían ricos, a los indígenas que me mostraron sus visiones del mundo, a los talladores, ceramistas, cesteros, tejedores, indígenas y campesinos que me hablaron de su oficio.

A Roberto y a Emilio quienes murieron en la selva acompañándome en aventuras de conocimiento, a mis colegas de los equipos comunitarios de Catia TVe, a los colegas de los museos en los que he trabajado, a mis compas de la Escuela de la Percepción, a mis amigas que me han apoyado y a los que me han adversado, mi mayor gratitud.

Lelia Delgado
Centro de Estudios de Estética Indígena
Leliadelgado07@gmail.com

viernes, 24 de junio de 2011

Historia de la exclusión : Prólogo del libro Historia Mujer Mujeres de Iraida Vargas

Haciéndonos visibles.





Por :  Lelia Delgado
                                                                         
Las mujeres pobres, las sin nombre, las nada, las nadie, las hasta hace muy poco  ausentes de la historia oficial, negadas por un lenguaje que utiliza el genérico masculino para nombrar a la humanidad, fueron tejiendo en más 15 mil años de historia una nación que en buena medida es el producto de sus luchas anónimas, de su ingenio y conocimiento.
Nadie como Iraida Vargas, acuciosa y tesonera investigadora, arqueóloga de muchos saberes, podía haber emprendido la tarea pionera de lo que a primera vista parecería imposible, como es recoger pacientemente la huella histórica de esa invisibilidad.
En nuestros años juveniles, la acompañé como estudiante  en prospecciones de campo por los áridos valles entre Quibor y Carora. Cuando se hacía un alto en las faenas de excavación, Iraida se preguntaba en voz alta por la vida de las mujeres,  que se fue perdiendo  entre el cascajo seco de la “Tierra de los Indios”, dejándonos apenas rastros elusivos de un espacio doméstico, fogones y fragmentos de ollas esparcidos entre matorrales urticantes, picas y senderos  tantas veces pisados, rincones  de la memoria en donde quedaron sembrados sus huesos, documentos no escritos de las cicatrices de la vida.  
No es de extrañar que,  para esta investigadora,  apasionada por el conocimiento y cuya experiencia intelectual se ha  forjado al calor de la escritura de otras tantas obras capitales para la comprensión de la historia antigua y actual de Venezuela,  el duro desamparo,  el implacable estado de desposesión de los colectivos populares y en particular de las mujeres,  hayan hecho posible la construcción  de un “corpus” de conocimiento como  es  “Historia, Mujer, Mujeres”, una obra  que nos lleva al origen de la desigualdad social, pues como ella misma ha señalado: “no es posible conocer una cosa desconociendo su génesis”
La autora va escudriñando zonas ocultas, inexploradas por la memoria historiográfica tradicional, que en nuestro país no ha sido otra cosa sino la máscara más o menos disimulada y perpetuadora   de la ideología patriarcal, del clasismo y del racismo, negadora del protagonismo de las mujeres.
Esta ideología ha hecho invisible el trabajo femenino, colocándolo al margen de otras  faenas necesarias para el sostenimiento de la vida, lo cual ha contribuido a justificar la falsa idea de que las mujeres de cualquier “periferia”, llámense cazadoras, recolectoras, horticultoras, campesinas de toda época, obreras, madres de barrio, trabajadoras en fin, parecieran destinadas, desde los confines del tiempo, por una suerte de “destino trágico”, a ser pobres.
A lo largo de “Historia, Mujer, Mujeres”, la autora va develando como se gesta el proceso de exclusión y desigualdad en cada momento y contexto de la vida social, y al tiempo reconstruye una historia nueva, en todo distinta a la que nos contaron y con la que fuimos creciendo las mujeres de todas las generaciones, aceptando y reproduciendo su designio, como una suerte de fatalidad.
La obra nos demuestra en forma objetiva,  sin asumir posiciones descalificadoras sobre el aporte de los hombres,  ni oponer cargas valorativas a favor de ningún género, que esta nación  no puede ser comprendida  solamente  como el producto de las grandes hazañas o del heroísmo de individualidades registradas en crónicas y documentos escritos. Es también el resultado de infinitas acciones cotidianas, en su mayoría cocinadas al fuego lento del anonimato y fuertemente enraizadas en la solidaridad de las mujeres con la vida.
Indias, negras, blancas, blancas de orilla, pardas, mestizas de todo tipo y condición, esclavas o libertas, han visto ponerse el sol cada día en estas tierras realizando faenas con asignaciones subvaloradas, como si su esfuerzo no hubiera servido para  nada.
Esta obra  apunta a revalorizar  el esfuerzo colectivo y anónimo de las venezolanas de todos los tiempos, quienes han contribuido a construir  un  país que avanza a ser  cada vez más libre, amando, pariendo, amamantando, arrullando, educando, defendiendo, navegado, cazando, pescando, recolectando, plantando, moliendo, avivando el fuego, transformando los alimentos y materias primas, acarreando, tejiendo, pintando, modelando, construyendo, comerciando, intercambiando, cooperando, solidarizándose, recetando, curando o amortajando, entre otras tantas actividades de la vida cotidiana. 
La autora utiliza  datos arqueológicos de primera mano para analizar el aporte productivo de las mujeres,  y por  esta vía nos induce  al conocimiento de las causas históricas que hicieron posible transformaciones sociales en los pueblos originarios. A partir de la formación social cazadora recolectora e igualitaria, donde todavía no se perfilaba una división sexual de las tareas, hasta arribar a las sociedades tribales estratificadas, momento en el que las mujeres son  fijadas al espacio doméstico, su descendencia  reglamentada por estrictas normas de parentesco, su sexualidad controlada y su trabajo productivo apropiado por otros.
Al estudiar  las peculiaridades de la mano de obra indígena y negra en condiciones de esclavitud, la autora  reevalúa  de manera crítica  el conocimiento que se tiene de la  mujer en la sociedad colonial, tema sobre el cual la historiografía tradicional ha tendido un velo de silencio.
 Su relato conmovedor nos lleva al lugar del asombro, diría yo de la rabia. En sus palabras,  “La colonización española tuvo un profundo impacto en las mujeres indígenas”, proceso que dio origen a  la destrucción de sus culturas milenarias, a la implantación de nuevas formas de trabajo con la consecuente pérdida de los nexos de solidaridad, redistribución y  cooperación de la familia extensa, a la separación de las medres de sus hijos y por supuesto a “ser violadas de manera continua por los conquistadores….cuestión que sólo puede ser comparada con la devastación del África negra por  la trata de esclavos”.
A la sujeción de las indígenas le siguió el sacrificio de las negras esclavas, destinadas también a las encomiendas, resguardos o plantaciones, quienes trabajaron hasta morir al servicio de sus amos y padrotes hacendados. Ricos terratenientes mantuanos, de quienes por obra de la violencia física y el temor, concibieron descendencia pese al racismo y al desprecio que esa minoría social ha demostrado. Así,  en un lento proceso de hibridación, se conformó una sociedad multiétnica y pluricultural criolla, representada ampliamente en los sectores populares. 
Ni la Independencia, ni los cumbes cimarrones, ni la abolición de la esclavitud, ofrecieron mayores oportunidades a las mujeres, quienes sin distinción de clase social y composición étnica, fueron privadas del espacio publico,  reducidas a cárceles domésticas y privadas de sus derechos fundamentales.
A partir de contextos socio-históricos concretos, propios de  cada formación social, la autora analiza las razones por las cuales  las mujeres, además de ser las reproductoras biológicas de la fuerza de trabajo, garantizan la perpetuación ideológica del sistema y de su orden moral. En gran medida,  las mujeres contribuimos a crear  en nuestra descendencia,  los  “sujetos sociales” que reproducen las formas ideológicas  de  la  sumisión y la dominación.
“Historia, Mujer, Mujeres”, abre las brechas de un horizonte crítico para repensar el fenómeno del patriarcado. La autora nos demuestra cómo la  explotación de las mujeres  aparece en Venezuela  con el modo de vida de las sociedades cacicales y se institucionaliza en la sociedad colonial y republicana con la imposición de las formas capitalistas de trabajo, plenamente clasistas.
La institución del matrimonio y  de una serie de esteriotipos que califican a las mujeres como “débiles y necesitadas de protección”,  que la historiografía tradicional nos ha  entregado  como verdades absolutas,  han contribuido a crear una  “careta ideológica y moralista” al servicio del control y la apropiación de la fuerza de trabajo femenino, afianzando la idea de la “familia patriarcal” como paradigma, cuya “estructura transhistórica” devino contrato y sacramento, asegurando así la obediencia y sumisión de las mujeres al marido, de las hijas al padre, y de todas ellas al Estado y a la Iglesia, so pena del terror de la trasgresión, al pecado, a la culpa y al castigo.
La autora plantea que la “familia patriarcal”, más allá de constituir una estructura inamovible,   “es un sistema de relaciones que varía históricamente”,  y que otras formas de familia excluyen “la dominación y subordinación”, propia del modelo patriarcal, para adoptar   “formas cooperativas y solidarias”.
La familia patriarcal, nos dice, ha sido un factor fundamental en la exclusión de las mujeres de los sectores populares y, en la práctica, la sociedad la ha refutado creando un doble discurso: por un lado, el de la institucionalidad convencional,  y por otro, el construido en la realidad misma, como son las “familias matriarcales”, producto de una praxis social concreta, para hacerle frente a la pobreza en que les ha tocado vivir a las mujeres.
Vistas las causas de la dominación y su contraparte,  la exclusión social basada en el “control del trabajo, de los recursos, del comercio e intercambio, de las maneras de pensar y actuar, de los símbolos culturales y su producción”, la autora propone el definitivo “Empoderamiento político, económico y social de la mujeres en la toma de decisiones  sobre todos aquellos asuntos que les atañen”,  para romper definitivamente “la hegemonía de los patriarcas”.
La autora con un sentido de solidaridad hacia todas las mujeres, plantea un tema difícil de aceptar para la antropología neo colonial, como es el necesario empoderamiento de las mujeres de los colectivos indígenas, para que hagan respetar sus ideas,  para que no se subordinen y sometan a prácticas y costumbres que, aunque formen parte de sus tradiciones culturales, sean  violadoras de sus derechos humanos, pues como bien ha dicho:  “ La batalla por la autonomía de los pueblos indígenas no puede estar disociada de la lucha por el reconocimiento y respeto de los derechos femeninos, ya que éstos constituyen parte integral de esa batalla”
Sobra comentar la erudición de esta obra, la cual  constituye un esfuerzo sin precedentes, pues son escasos, parciales y dispersos los trabajos en este campo. Su lectura, fiel a una rigurosa metodología de investigación e interpretación de los datos, no excluye al lector no especializado.
“Historia, Mujer, Mujeres”, es un aporte comprometido, fundamental para el avance de la conciencia política y social de las mujeres venezolanas, como protagonistas activas que son, pues ya no es posible pensar el presente y mucho menos el futuro de esta patria sin su inclusión plena.
La superación de la ideología patriarcal es un proceso lento de toma de conciencia,  el empoderamiento al que apunta la autora,   pasa por el reconocimiento de los derechos que nos concede la Constitución y las nuevas leyes en contra de la violencia a la mujer.
Esto exige la incorporación activa a las nuevas formas del poder popular. Hacer el esfuerzo  necesario por  aumentar nuestro  nivel educativo  y alcanzar las metas propuestas por las Misiones,  Robinson, Ribas, Sucre y Cultura. Procurar  que se  cumpla  la remuneración del trabajo doméstico concedido a las Madres de Barrio. Acceder al  sistema de créditos y formación en cooperativismo, que adelanta el  Banco de la Mujer.  Hacer uso y apoyar los  servicios de salud de la Misión Barrio Adentro. Procurar  la   mejora nutricional, incorporándose activamente a las Casas de Alimentación y  a los mercados populares,  entre los muchos planes que apuntalan la inclusión de las mujeres en la construcción del nuevo socialismo que soñamos para este siglo.







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martes, 14 de junio de 2011

Pueblos Originarios: Ye’kuana



Siglo XVIII La conquista fue para los Ye´kuana  un acontecimiento tardío que data de la segunda mitad del siglo VXIII. La expedición de Solano entró en contacto con este grupo en  el alto Orinoco entre 1756 y 1761. Apolinar Diéz de la Fuente, en 1760 y Francisco Fernández de Bobadilla,  en 1764, en las inmediaciones del río Padamo. Siglo XIX Desde los primeros contactos con los españoles  y hasta principios del siglo XIX,  fueron reducidos en la Misión de los  padres Observantes, quienes establecieron una cadena de puestos españoles, desde la Esmeralda  hasta el río  Erebato, la cual fue destruida  en un proceso consecutivo de rebeliones Ye’kuana. En 1838 el explorador , Robert Schonburg atravesó su territorio, desde el Merevari,  hasta el alto Orinoco, luego lo hicieron otros viajeros y naturalistas  como  Chaffanjon y Eugene André , quienes visitaron el Alto Caura en expediciones científicas a finales del S. XIX.

jueves, 9 de junio de 2011

Nuestros hermanos







La invasión europea significó  la desarticulación de muchos pueblos originarios y la imposición de una guerra de exterminio en la que innumerables pueblos ofrendaron vidas, honor y bienes por defender territorios y culturas legítimamente heredados. Los que  sobrevivieron las masacres, aquellos que se replegaron en los lugares más apartados de nuestro territorio,  antes que  dejarse subyugar, continuaron  reproduciendo la diversidad de sus saberes, la estética seductora de sus oficios, la riqueza de sus idiomas, dentro un modo de vida comunitario en el que prevalece hasta hoy,  la solidaridad, la cooperación y  la mutua ayuda, en  una suerte de  rebelión  soterrada y silenciosa.

Pueblos Originarios: PEMÓN





Siglo XVIII No se tiene fecha precisa de la ocupación inicial del territorio Pemón. Hacia 1750, grupos conocidos como Arekuna, Karamakoto, Ipurugoto, habitaron la parte sur del Estado Bolívar, la vecina Guyana y la zona limítrofe con Brasil. En 1772,  fray Tomas de Mataró narra en su crónica la existencia de la nación  Camaragota en el río Paragua. Hacia  1774  fray F. De Vich registra en sus crónicas, enfrentamientos  y  quema de campamentos españoles por parte de indígenas en la boca del río Karun. Hacia las primeras décadas del S XVIII, los misioneros capuchinos del río Caroní, comenzaron a movilizar indígenas desde la zona del Caroní medio, a las misiones establecidas en el  bajo Caroní. Siglo XIX Fray Ramón Bueno quien desarrolló actividades misioneras en el  Orinoco,  entre 1785 y 1804, señala que los indígenas de esa misión estaban obligados vestirse como criollos   y trabajar en las haciendas ganaderas que eran propiedad de esas misiones. La guerra de independencia  y la oposición de los indígenas a dejarse reducir a condición de esclavos de los misioneros, trajo como consecuencia  el colapso de las misiones  del Orinoco. Hacia  1830, se introduce en la zona la religión Aleluya, movimiento evangelizador que promovió  un  sincretismo entre formas tradicionales de los pueblos  Caribes;  Makushi, Akawayo,  Pemón  y  elementos cristianos anglicanos. Esta nueva religión  desplazó casi por completo las tradiciones originarias de los indígenas  Pemón, quienes ya a finales del S XIX,  se encontraban completamente aculturados. Siglo XX La penetración misionera cristiana  continuó a lo largo de todo el  S XX,  con la entrada del misionero jesuita Cary-Elwes a la Gran Sabana, en 1912. Posteriormente  entre 1927 y 1930, se asentaron las misiones adventistas, en el Arabopo  y en Acurima, hoy Santa Elena de Guairen. En  1945 comienza la explotación diamantífera, que atrae un movimiento de mineros ávidos de riqueza rápida,  con ellos entraron también  las epidemias y  enfermedades desconocidas hasta ese momento en la región,  contra las cuales los indígenas no tienen ni defensas ni medicinas. De igual manera llegaron  las  mercancías criollas: telas, ropa, cuchillos, machetes,  hachas , anzuelos y escopetas.

Pueblos Originarios: PIAPOCO








Los piapoco también se autodenominan dzáze o tsáse, o “Gente del Tucán”. Hablan un idioma de la familia lingüística arawak. La conquista y colonización fueron debilitando su organización social y el  comercio que mantenían con otros grupos étnicos hasta hacerlo desaparecer. Las continuas invasiones, repliegues y desplazamientos a los que fueron sometidos trajeron consigo,  la pérdida de sus tierras ancestrales y el  cambio de sus patrones de asentamiento tradicionales, han modificado su vivienda comunal  por casas unifamiliares al estilo criollo de planta rectangular, provistas de un huerto familiar donde siembran productos de consumo doméstico, siendo la agricultura  su principal actividad de subsistencia. Continúan practicando la cestería tradicional. Tejen sebucanes, manares y guapas, utilizando para ello fibras muy diversas como curagua, cucurito, tirite, chiquichique y cumare. Aunque algunas mujeres saben hilar algodón y tejer con telares, estas técnicas han caído en desuso debido a la asimilación a la sociedad criolla. También tallan aves y otras figuras en madera que destinan a la venta. Según el Censo de Comunidades Indígenas del 2001, la población Piapoco que habita en Venezuela es de 1.939 personas.

miércoles, 8 de junio de 2011

Pueblos Originarios: Warao



Siglo XVII Los caños principales  como el  Mánamo, Macareo  y  Río Grande del Delta del Orinoco,  fueron las rutas orientales  que utilizaron los invasores europeos, para entrar y salir de Venezuela. Por  las características ecológicas encontraron   difícil y poco rentable establecer poblados en esa región. Sin embargo, los Warao  no  lograron escapar del genocidio, las epidemias  y  la esclavitud. Las primeras misiones que se establecieron en esta región datan de 1660. Siglo XVIII A partir de 1760  los misioneros trataron de forzarlos a salir de sus territorios  y reubicarlos  en zonas de  más fácil acceso  para los españoles. A tal efecto  se  fundaron un conjunto de  nuevas misiones  y pueblos en  Sucre, Monagas, Bolívar y Anzoátegui.  Para evadir la reducción obligatoria a esos pueblos, muchos  Warao  emigraron  hacia la Guyana Holandesa. Siglo XIX Hacia 1848,   criollos,  comerciantes, pescadores y  agricultores,  provenientes de otras regiones del país, comenzaron a establecerse en el Delta del Orinoco,  lo que dio lugar a la fundación de Tucupita. Muchos  indígenas  se replegaron a vivir en  los caños menores,  logrando conservar su idioma y muchos elementos de  su cultura  Siglo XIX A comienzos del siglo se inicia la vorágine cauchera, los Warao  fueron recluidos  como esclavos en campamentos y obligados  a  trabajar como recolectores de balatá. Como si esto no bastara, hacia los años 30 del siglo,   las empresas petroleras comenzaron a trabajar en sus territorios, esto   introdujo cambios radicales en su cultura, a la par de  la  devastación de su medio  ambiente en extremo delicado. Con las  técnicas de prospección, la tala de  bosques y manglares y la subsecuente  perforación  y derrames accidentales, contaminaron las aguas de ríos y caños, agotando los recursos pesqueros y trayendo hambruna y  epidemias. Siglo XX Hacia 1925 se funda  la misión de Araguaimujo y en 1942 las de San Francisco de Guayo y Nabasanuka, las cuales cambiaron notablemente su modo de vida y cultura originaria. Hacia los años 50  se establecieron en el Delta las empresas del palmito y las madera, así como algunas haciendas ganaderas que   utilizan  a los Warao como mano de obra barata . En 1965 se cierra el Caño Mánamo trayendo una hecatombe ecológica y económica  en toda la región. Comienza el proceso migratorio de los Waraos hacia los centros urbanos del centro del país, principalmente Caracas.  

lunes, 6 de junio de 2011

Pueblos Originarios: Jivi


  

 Siglo XVI Las  primeras noticias que se tiene de  los jivi datan de la expedición de Nicolás de  Federmann a los llanos centrales del río Meta en 1538. En sus crónicas  se les  describe como bandas de  cazadores y recolectores nómadas. Otros documentos del S XVI  narran  la desarticulación de esta cultura, como consecuencia de la destrucción de sus pueblos, el robo y la esclavización de los indígenas por parte de los invasores españoles. Siglo XVII La oposición violenta de los jividurante todo el siglo  impide a los  jesuitas retenerlos en  reducciones  misioneras.
Siglo VIII Los jivi trataron   precariamente  de  mantener su modo de vida originario,  de cazadores y recolectores nómadas, sin embargo,  a causa de los conflictos con los criollos  usurpadores de sus extensos territorios , este se  fue modificando y  con el tiempo entraron  en un proceso de sedentarización que cambió sus  patrones tradicionales de subsistencia . Siglo XX. A mediados del S XX,  ocho  criollos venezolanos, asesinaron en el hato La Rubiera a 16 indígenas, incluyendo  mujeres y niños. Este fue tan solo uno más de los genocidios sufridos por los jivi en la región de los llanos en donde el término “gujibiar”, matar  indígenas,  forma parte del castellano hablado en la zona. Actualmente la introducción de bienes materiales industriales ha creado nuevas necesidades, las cuales originan cambios importantes en su economía. Los cazadores recolectores de otros tiempos  han pasado a ser agricultores asalariados, perdiendo así mucho de su cultura y tradición. 

Los Jivi su auto denominación o Guajiro como se los llamó en la literatura etnográfica,  son una población heterogénea que habitan en sabanas, hay Jivis que viven en territorio colombiano, en las zonas que se extienden entre los ríos Meta (Norte), mientras  que otros lo hacen en Arauca. 

En el lado venezolano los Jivi, habitan en el estado Amazonas, principalmente en el municipio Atures (Pto. Ayacucho, Edo. Amazonas); en los ejes de la carretera norte (vía carretera Nauixal), el eje carretero Sur (Vía Pto. Ayacucho, Pto. Samariapo) y unas pocas comunidades, en el eje carretero vía Gavilán (Sur-Este); también en el Edo. Apure y Bolívar. Existen comunidades Jivi en municipios del Edo. Amazonas, como es el Municipio Autónomo Manapiare, allí podemos encontrar numerosa comunidades Jivi como San Juan Viejo, Morrocoy, Terecay, etc. Según algunos investigadores, los Jivi o Guahibo tienen su clasificación o subdivisiones, aunque ellos mismos no mencionen estas clasificaciones, prefieren referirse al sitio de donde proviene cada grupo familiar. 

Históricamente podemos afirmar que el pueblo Jivi proviene del territorio colombiano, es así que numerosas familias han llegado al territorio venezolano, formando así diversas comunidades.  No se conoce con certeza la filiación lingüística del pueblo Jivi, la mayoría de los investigadores consideran que su idioma pertenece a una familia o pueblo independiente. 

De las narraciones de exploradores, aventureros y misioneros, existen pocos documentos, sin embargo la primera vez que se habla de los Jivi es en un relato de la expedición de Federman a los llanos cerca del río Meta en 1538. Algunos cronistas describieron a los Jivi como asaltantes nómadas. ante si negatoiva de dejarse redicie en pueblos de misioneros.

En su mayoría habitan en las sabanas de allí que la denominación  Waifopijivi (gente de sabana); sus principales actividades de subsistencia, son  el cultivo semi-nómada y estacional, el cultivo sedentario en poblado y la caza y recolección nómadas, lo que se ha modificado al convertirse en pobladores sedentarios,  asalariados, lo cual ha conducido a crear nuevos patrones de consumo a través de la compra. Esto ha llevado a varias comunidades Jivi a dejar sus patrones de subsistencia tradicional, sin embargo aún quedan algunas comunidades que practican estas actividades económicas tradicionales.

Tomando en cuenta su forma de subsistencia es importante añadir que la alimentación o dieta del Jivi esta a basada en la cacería de lapa, venado, danta, etc., la cual también ha sufrido cambios ya que los Jivi han modificado su alimentación sobre todo aquellas comunidades que viven cercanas a las zonas urbanas. 

Los Jivi conservn varios instrumentos musicales, como la flauta, cacho de venado, usados en  bailes y ceremonias, actualmente viven un proceso de cultural.  La organización social primordial del Jivi es la familia, la cual cumple diferentes funciones: actividad sexual y reproductiva, así como la crianza y socialización del niño. La estructura política Jivi se basa en la posición social del jefe local, que representa la autoridad alrededor del cual gira la responsabilidad de su pueblo. En tiempos pasados, las comunidades nombraban a su autoridad de acuerdo a su perfil, tomando en cuenta la responsabilidad, la honestidad, su sentido de lucha, etc. Estos elementos han cambiado, ya que los partidos políticos impusieron la figura de comisario como autoridad en las comunidades. En el pueblo Jivi, no existe la palabra “jefe”, sólo el término capitán y el “Shaman” o curandero (médico indígena), que son respetados en sus comunidades. Entre las funciones o responsabilidades de un jefe Jivi se encuentra: mantener la armonía comunal, convocar e informar a la comunidad sobre temas como: organización, deberes y reflexiones, organizar actividades comunales de pesca y trabajo comunitario, lo que se denomina “Unuma” o Trabajo colectivo. En la actualidad esta actividad ha tenido cambios al igual que otras actividades, sin embargo las comunidades en sus reuniones siguen convocando al colectivo para trabajar juntos, todo esto coordinado por el jefe o capitán. En el pasado, presente y futuro el Jivi ha tenido cambios socio-culturales, sin embargo a pesar de la transculturización aún se mantienen algunos elementos culturales importantes como es el idioma , practicando este elemento de identidad en las escuelas, en donde los docentes hacen el esfuerzo de enseñar el idioma en sus comunidades, integrando de igual manera la enseñanza del castellano. Otros cambios, tienen que ver con la vivienda, en el pasado, dice José Manuel Escala: “La casa nuestra antigua era de palma, después que llegaran los gobiernos todo cambió, hoy ya no tenemos esas casas, sólo casas de bloques, pero tenemos la cocina para cocinar y la de bloque para dormir” (Entrevista; 2007) 
Aunque el pueblo Jivi ha experimentado procesos socializadores que lo han modificado,  sus danzas, bailes, y cantos, se han mantenido ya que el pueblo Jivi intenta enseñar a los jóvenes de la comunidad a apreciar su cultura, creando por ejemplo, grupos de danzas de alumnos que promueven la actividad cultural. Según el Censo de Comunidades Indígenas 2001, en el Estado Amazonas fueron censadas 8.772 personas pertenecientes al pueblo Jivi, de las cuales 4.485 resultaron del sexo masculino mientras que 4.287 resultaron del sexo femenino.


Pueblos Originarios:E´ñepa- Panare






Siglo XVIII A pesar de la falta de datos sobre los orígenes  de esta etnia, es posible deducir que el cronista  del Orinoco, Salvador Gilij los encontró entre los Tamanaco, Oye, Pareca, Quagua, lingüística y culturalmente afines. Los E´ñepa contemporáneos reconocen estos gentilicios como pueblos con los que tuvieron intercambio y relación sus antepasados. Siglo XIX La primera referencia concreta  que se tiene de los E´ñepa se debe a Agustín Codazzi, quien en 1841 los ubicó en la región del alto Cuchivero. Al parecer los E´ñepa  se expandieron desde sus territorios en  el alto Cuchivero,   hacia otras regiones,  como consecuencia de un proceso de división de la etnia en dos ramas;  una siguió hacia el Guaniamo y se estableció en las montañas que están a oeste de El Tigre. La otra se dirigió  al occidente asentándose en la serranía que separa el Guaniamo de los Llanos del Orinoco. La expansión del pueblo E´ñepa continuó hacia la serranía del Chaviripa, en donde algunos grupos se asentaron, otros lo hicieron en la serranía de La Cerbatana.
Siglo XIX
Para el siglo XIX, Tavera-Acosta los encuentra  en la zona de Caicara  y la cuenca del Cuchivero medio. Es posible que sus antepasados hubieran emprendido un lento regreso a sus territorios ancestrales, a consecuencia del impacto negativo  del proceso de conquista, colonización y actividad misionera. Hacia 1930 aparecen los E´ñepa asentados en los ríos Túriba , Guaniamo y Cuchivero medio, explotando la sarrapia y el caucho. Aunque su economía era autosuficiente,   gracias a su esfuerzo productivo, los E’ñepa constituyen  un pueblo independiente , aunque no necesariamente aislado

Pueblos Originarios: Curripaco- Wakuénai






Siglo XVI La diáspora de los Arawakos se extendió desde las Antillas mayores y menores hasta las llanuras del Amazonas desde tiempos muy tempranos Siglo XVII En 1756-1761 entra la expedición militar de  José Solano a sus territorios. Se fundan puestos de avanzada colonial; San Fernando de Atabapo, La Esmeralda, Solano, San Carlos de Rio Negro y Maroa. Entre 1745 y 1755 fueron víctimas de la captura  de esclavos  indígenas, que eran  vendidos en haciendas  brasileñas en la región del alto Rio Negro. En 1767 se declara el fin de la esclavitud indígena en Brasil y son  reubicados  a la fuerza en reducciones. Entre  1780 y 1790 se declara la epidemia de gripe, viruela y sarampión en toda la región del Rio Negro. Siglo XVIII Fracasa el proyecto militar y misionero  de vincular el alto y  el bajo Orinoco, a partir de la creación de caminos y fortificaciones, a causa de  la rebelión de los Ye’kuana en 1776, la cual movilizó  etnias Arawakas del Río Negro. Esta rebelión conformó una confederación indígena que permitió un período largo de organización  y defensa contra el saqueo colonial. Siglo XIX Los Curripaco regresan a sus territorios ancestrales  en el eje Guainía- Río Negro-Isana, a fin de reconstruir sus grupos de descendencia. En 1858 el chamán y héroe indígena, Venancio Camico,  declaró una insurgencia que  profetizó un gran incendio que destruiría a los hombres blancos y junto a ellos,  el sistema de endeudamiento instaurado por los comerciantes locales a  indígenas Curripacos, Baré y Baniwa..Siglo XXEl auge de la explotación cauchera a principios del siglo desató una nueva ola de violencia y explotación contra los Curripaco. El magnate del caucho, convertido en dictador criollo, Tomás Funes, asaltó pueblos indígenas en toda la región, devastando comunidades enteras. En 1923,  al  final del auge cauchero, Funes  fue ejecutado a manos de soldados amotinados en San Fernando de Atabapo. A diferencia de los Baré y otros grupos del Guainía, los Curripaco lograron sobrevivir huyendo hacia áreas remotas. Con la muerte de Funes regresaron  a los lugares en los que habían vivido sus abuelos

jueves, 2 de junio de 2011

Pueblos Originarios: BANIVA









BANIVA
Los  baniva  o baníwa hablan un idioma que pertenece a  familia lingüística arawak que está íntimamente relacionado con el  bare, el piapoco, el warekena y el curripaco, que son  hablados por aproximadamente dos mil personas que se encuentran dispersas entre Venezuela, Colombia y Brasil. Al igual que otros grupos étnicos de la región del Río Negro, los baniva han sufrido a consecuencia de la explotación cauchera que tuvo lugar a principios de este siglo. Los que  viven en el  Estado Amazonas, los hacen principalmente en los Municipios Atabapo y Casiquiare, siendo Maroa su poblado central. El Caño Aki, afluente del Guainía,  constituye para los baniva el espacio sagrado por excelencia, unido a su mitología y cosmogonía.  Aunque han abandonado progresivamente  las formas de vida tradicional, todavía sus  principales actividades de subsistencia son   la agricultura de tala y quema,  la cacería, la pesca y la recolección las cuales son llevadas a cabo de acuerdo a los ciclos de lluvia y sequía y como la mayoría de los niños acuden a escuelas criollas, se dificulta la coordinación de tales actividades y el año escolar. Fabrican una variedad de objetos y utensilios domésticos hechos en arcilla, además de cestas. También tallan objetos de madera particularmente herramientas para la cacería como arcos, cerbatanas y flechas. No obstante los procesos de aculturación y asimilación, los baniva no han perdido del todo su antigua mitología. Su Creador Nápiruli  es una deidad honrada también por otros grupos arahuacos del sur venezolano.  De acuerdo con  los datos aportados por el Censo de Población y Vivienda, del 2001, la población baniva fue estimada en 2.408 personas.


Pueblos Originarios: Añu



 AÑU
Los añú o paraujano son una población indígena de filiación lingüística arawak. Posiblemente  son los descendientes de aquellos que Alonso de Ojeda y Américo Vespucci reportaron haber visto en el Lago de Maracaibo en 1499.  En  el Siglo XVI. 1529. Ambrosio de Alfínger  señala la presencia de  los Añú  en la rivera occidental del Lago de Maracaibo.
Antiguamente, los asentamientos añú se hallaban a lo largo de toda la costa occidental del Lago de Maracaibo e islas de la Bahía del Tablazo. Hoy se concentran en el noroeste del Estado Zulia, tanto en rancherías palafíticas como en tierra firme: desde la Laguna de Sinamaica, ciénagas vecinas y el río Limón, hasta Carrasquero, Santa Rosa de Agua y barrios vecinos a Maracaibo. Los añú contemporáneos son aún gente de agua y pescadores por excelencia, conservan la vivienda palafítica y la pesca artesanal como actividad económica principal. El pescado constituye la base de su subsistencia; también lo comercializan en el  mercado regional. Son buenos navegantes y se ocupan de la fabricación de embarcaciones, así como del tejido de esteras y otros objetos artesanales confeccionados con fibras y juncos recolectados en sus ciénagas y lagunas Según el censo de 2001 la población Añú era de 11.205  personas.