Presentación

"El trabajo no debe ser vendido como mercancía, debe ser ofrecido como un regalo a la comunidad"

Ernesto Che Guevara



Por el derecho que tienen los pueblos a saber su propia historia. Por el derecho a conocer sus tradiciones y cosmovisión indígena. Por el derecho a conocer la leyes que los amparan. Por el derecho a socializar el conocimiento liberándolo de la propiedad privada, del autor individual, la editorial, la fundación, la empresa, el mercado y cualquier otro tipo de apropiador que ponga precio a lo que es patrimonio de la humanidad.

Siguiendo el ejemplo de la cultura del regalo que practican los pueblos originarios de todas las latitudes y en la conciencia de que el otro, es también mi hermano: “sangre de mi sangre y huesos de mis huesos”, concepto que los indígenas de Venezuela resumen con el término pariente, he desarrollado esta página, con la idea de compartir estos saberes, fruto de años de investigación en el campo antropológico, para que puedas hacer libre uso de un conjunto de textos, muchos de los cuales derivaron del conocimiento colectivo de otros tantos autores, cuya fuente ha alimentado mi experiencia humana y espiritual.

A mis maestros quienes también dedicaron su vida a la investigación en este campo, apostando de antemano, que por este camino jamás se harían ricos, a los indígenas que me mostraron sus visiones del mundo, a los talladores, ceramistas, cesteros, tejedores, indígenas y campesinos que me hablaron de su oficio.

A Roberto y a Emilio quienes murieron en la selva acompañándome en aventuras de conocimiento, a mis colegas de los equipos comunitarios de Catia TVe, a los colegas de los museos en los que he trabajado, a mis compas de la Escuela de la Percepción, a mis amigas que me han apoyado y a los que me han adversado, mi mayor gratitud.

Lelia Delgado
Centro de Estudios de Estética Indígena
Leliadelgado07@gmail.com

jueves, 17 de mayo de 2012

Arqueología del estado Lara: La Industria de la concha



La concha y sus usos
Los antiguos habitantes de Lara desarrollaron una importante industria utilizando como materia prima las conchas de moluscos marinos y terrestres, con las que fabricaron  infinidad de adornos corporales, collares, zarcillos, brazaletes, pectorales, cubre-sexos, orejeras, usados como parte del atuendo ceremonial. Muchos de los cuales se encontraron en los contextos funerarios de la fase Boulevard de Quibor, fabricados entre el siglo II y el siglo VII después de Cristo, y en cementerios como Camay y Sicarigua. Llama la atención la existencia de un objeto estrictamente funerario llamado tapa-ojo, una suerte de disco que se colocaba entre los párpados del difunto antes de ser enterrado. Las conchas se utilizaron también en la confección de pequeños recipientes y discos usados a manera de "moneda" de intercambio comercial luego de la invasión europea. Los antiguos habitantes utilizaron distintas variedades de conchas provenientes de la costa, de la región insular venezolana, de los Llanos y ríos como el Orinoco y otros de la región amazónica, lo cual sugiere un importante sistema de intercambio y comercio entre estas regiones. Las técnicas de manufactura, así como la recolección de conchas requirieron de un proceso de especialización de artesanos dedicados exclusivamente a tal fin. La abundancia de ofrendas funerarias en algunos casos, o su inexistencia, en otros, indica, como lo confirma la investigación etnohistórica, una marcada diferenciación social entre los caquetios.

Textilería de tradición venezolana








Un traquetear de las maderas del telar afirma que hoy, en muchos rincones de Venezuela se continúa desarrollando una tradición textil iniciada hace ya más de cinco siglos. Con toda la paciencia que requiere el oficio, y en un acompasado entrecruzamiento de la urdimbre con la trama, nuestros tejedores van alzando y hundiendo los hilos de vistosos colores –el natural de la fibra o de la lana de oveja, y el artificial del tinte industrial, con los que crean, no sólo piezas de adorno, vestimenta y lecho, sino también hermosos tejidos para cobijarse del frío.

La manufactura de tejidos es una de las técnicas de mayor antigüedad; surgió del ingenio del hombre en su intento por satisfacer necesidades básicas como protegerse del sol, del frío y de la lluvia. Aunque en nuestro país no se hayan encontrado muestras de textilería arqueológica, sabemos de su existencia por el hallazgo de instrumentos de trabajo tales como agujas de hueso y volantes de huso para el hilado de algodón, ampliamente cultivado en muchas regiones venezolanas, en donde se le dio variedad de usos y se desarrollaron diversas técnicas de manufactura. Empleando sustancias tintoreras naturales para colorear los hilos que conformaban trama y urdimbre de telares rudimentarios, los indígenas confeccionaron mantas, chinchorros y otros géneros textiles.

Tras la invasión europea, los  españoles reconocieron tal destreza y muy pronto introdujeron los complejos telares europeos de lizos y pedales, y el uso de lana de ovejas traídas de Castilla. Hacia finales de 1605, ya se producía en Mérida, Trujillo, Coro y Barquisimeto alfombras de lana y telas de algodón de muy buena calidad. Durante el siglo xviii, los lienzos producidos en El Tocuyo fueron un importante producto de intercambio comercial. Los géneros tejidos fueron usados por los indígenas como forma de pago a sus curas doctrineros.

La textilería es un oficio que implica la extracción, el lavado y el secado de fibras para entrecruzarlas y anudarlas a mano, con agujas o en telares. Las artes del tejido han permanecido en muchos lugares de nuestro país.

En los tórridos y espinosos aledaños de Tintorero, donde el algodón industrial ha sustituido por completo a la lana, un grupo de artesanos encabezados por la memoria de Sixto Sarmiento, ha continuado el oficio del tejido convirtiéndolo en industria de excelencia y rendimiento.  En caseríos húmedos y frescos de las montañas andinas, como los aledaños de Mucuchíes, aún se confeccionan ruanas y cobijas tejidas con la lana hilada de manera artesanal. También,  en los poblados  indígenas, tejedores  y tejeroras  por tradición, conservan el oficio milenario de trenzar cordones de adorno corporal, guayucos, bolsos, hamacas y chinchorros, cuyos signos esconden detrás de cada “dibujo” un universo de significación. Su estética se aprende en las alegorías de los cantos nocturnos que entonan los ancianos, cuya filosofía es un poder que vive y crece en cada ser con el tiempo y la experiencia, pues tejer no es un oficio profano, es vincular en ello esta presente su cosmovisión, su mitología y sus creencias.

Alfombras y tapetes


En la actualidad, la actividad artesanal de los tejidos de Tintorero en el estado Lara es una expresión local de una forma de industria manual que se afianzó con el tiempo en una larga tradición que se ha ido modificando progresivamente.

Entre las piezas pequeñas de mayor demanda están los pañitos de mesa, también llamados individuales, hechos con algodón industrial multicolor en telares horizontales de lizos. La belleza de estos tapetes viene dada por los variados matices, sombrados y salpicados, que a la par, producen líneas de distinto grosor o configuraciones geométricas de diversos tamaños. No es nada raro encontrar restaurantes en las zonas aledañas a Tintorero, y en otras partes del país, en donde las mesas estén recubiertas con individuales y servilletas fabricadas en esta comunidad.

Los distintos talleres que funcionan actualmente en Tintorero mantienen una venta constante de estos tejidos; la mayoría de ellos posee un espacio especialmente destinado para la venta y la atención al público. Periódicamente también se realizan distintas exposiciones y ferias regionales, nacionales e internacionales –como La Feria Internacional de Artesanía de Tintorero–, en las que se da a conocer la actividad artesanal de la región y cada taller expone el estilo particular de sus diseños.

Otra región de nuestro país en donde hay hombres y mujeres que expresan su herencia cultural mediante el tejido artesanal es, sin duda alguna, Mérida. Las alfombras merideñas originalmente se hacen en telares de alto lizo, colocando los hilos en la urdimbre de manera vertical, siendo una particularidad del tejido de esta región el uso de un nudo sencillo, no doble como el de las alfombras persas y turcas. Las alfombras de lana generalmente se tiñen con tintes comerciales; algunas de ellas presentan formas alargadas que son tradicionales para cubrir el “corredor” de las antiguas casas. Los tejedores andinos también confeccionan unas carpetas tramadas en lana teñida con “raicita” y añil, usadas como cobertor impermeable en los fríos poblados.

Por otra parte, en algunas regiones de Venezuela se teje la estera o petate, una especie de alfombra tejida que se utiliza principalmente con fines de descanso, así como también para comer y realizar labores domésticas. Algunos indígenas la usan para cubrir la parte exterior de sus viviendas o como divisorio interno de los espacios, para cerrar puertas y ventanas o cubrir la carga de las curiaras. Las esteras se fabrican con hojas de palma cuya vena central no se desprende. Las hojas separadas en flecos y unidas por la vena se van plegando entre sí, entrecruzando unas sobre otras.

Hamacas y chinchorros

El tejido de hamacas y chinchorros, enseres colgantes de origen indígena destinados al sueño, al descanso, al amor y la muerte, se ha extendido a todas las regiones del país, adoptando en cada lugar una expresión propia que los caracteriza y diferencia. Aun cuando sus elementos básicos pueden ser los mismos, las técnicas se adecuan a la tradición, al clima y a las fibras producidas en cada región.

En Venezuela hacemos distinción entre chinchorro y hamaca, según el tipo de punto utilizado. Mientras que en el primero el tejido se hace abierto y elástico, en la segunda se teje una trama tupida como una tela. Generalmente ambos se tejen con el método de tejido plano, en telares verticales a manera de bastidor, cuyas dimensiones y tipos de madera pueden variar. En la mayoría de los casos, tejer chinchorros y hamacas es para hombres y mujeres, indígenas o campesinos de todo el país, una de las más importantes fuentes de ingreso en su economía doméstica.

Las técnicas más usadas para el tejido de hamacas y chinchorros son la malla, la cadeneta o tripa y la caireles. En la isla de Margarita, estado Nueva Esparta, Anzoátegui y otras regiones del país se usan fibras de algodón hilado en casa o algodón industrial, llamado pabilo o guaralillo, generalmente de color crudo. En los Andes, Mérida y Táchira se teje la lana de oveja. En Monagas, especialmente en Aguasay, se teje la fina fibra de curagua, empleando a veces la técnica de caireles hechos en algodón sobre la misma curagua en un proceso que las tejedoras denominan “pintar el chinchorro”. En Falcón y Lara se tejen chinchorros con el hilo sacado de las dentadas hojas del cocuy, llamado hipopo o dispopo. La cenefa decorativa que tienen algunos chinchorros generalmente es tejida y anudada a mano.

Entre las comunidades indígenas de Venezuela las hamacas y los chinchorros siguen siendo parte indispensable del ajuar doméstico, lo cual no excluye su fabricación para la venta. Antiguamente, las hamacas eran utilizadas para transportar en hombros a los caciques, uso que les confería un carácter especial. Además, eran un elemento importante en la celebración de ritos de iniciación de la pubertad y en otras ceremonias.  Durante la época colonial, y por su funcionalidad, estos tejidos también se usaron para el transporte de enfermos y heridos.

En oriente, principalmente en los poblados indios del Delta, se usa la fibra del moriche. En Amazonas, los Yanomami hacen rudimentarios chinchorros con un haz descortezado de bejuco mamure. En la península de la Guajira, las tejedoras emplean principalmente algodón mercerizado, utilizando las técnicas del paleteado, trenzado entrecruzado, ganchillo, anudado y cordelería para confeccionar chinchorros de impecable acabado. Los colores que se le dan a las fibras se logran con el empleo de anilinas comerciales y tintas naturales obtenidas de plantas como el dividive, la bosuga, el cucharo.

Cobijas, ruanas y cubrecamas


En Tintorero, comunidad ubicada a la orilla de la carretera que conduce a Carora (Edo. Lara), la larga tradición textil constituye el principal medio de subsistencia de los pobladores de la zona. Los tejidos de Tintorero se caracterizan principalmente por una profusión de colores, a partir de diversas combinaciones, creada mediante la sobreposición de los hilos de la trama entre los hilos de la urdimbre.

En talleres grandes, medianos y pequeños, familias enteras mantienen un elevado ritmo en la producción de una rica diversidad de tejidos entre los que destacan las coloridas cobijas y cubrecamas, además de alfombras, hamacas, chinchorros y sillas colgantes, llamadas masaya. Tal es el caso de los hermanos Esteban Montes y Marcolina Mendoza, quienes han conservado vivo el oficio que aprendieron de su padre, Juan Evangelista Torrealba, artesano que introdujo en Tintorero los secretos del telar y del tejido. Actualmente, el trabajo textil da muestras de transformaciones que son producto de las  exigencias de los nuevos tiempos, impuestas por el mercado. Ejemplo de ello lo constituyen algunos talleres que se han visto en la necesidad de contratar a personas ajenas al núcleo familiar para lograr satisfacer la creciente demanda de tejidos artesanales. También se han creado variantes organizativas y gremiales, como es el caso del Grupo Cultural Tintorero.
En esta región, la lana de oveja ya no constituye la base de la labor artesanal del tejido, pues ha sido sustituida por lana sintética. Los instrumentos y equipos utilizados en la elaboración de tejidos también han incorporado múltiples cambios. En el caso del telar, se han sustituido los distintos tipos de madera tradicionalmente utilizados en su construcción (cardón, cují, juajua, etc.), por tubos de hierro. Asimismo, hay talleres en donde el torno eléctrico ha desplazado el torno manual para la preparación de las cañuelas.

Por otra parte, en las montañas andinas, todavía algunos campesinos conservan la estética del tinte y de la urdimbre para perpetuar la artesanía del tejido, confeccionando ruanas y cobijas que utilizan para protegerse del frío. En los aledaños de Mucuchíes, las cobijas burreras y las ruanas todavía poseen los “rucios” colores del gris, beige o marrón de las ovejas, en el tradicional diseño a rayas, típicamente andino, o en diseño a cuadros. Generalmente, la lana virgen es hilada manualmente, y tejida en telares de dos lizos y pedal. A veces se juega con los colores mediante la alquimia de viejas materias tintóreas como el añil, la “concha de aliso”, el “guarapo”, el “ojito”, la “raicita” y la “uña de gato”, cuyas tonalidades resisten precariamente el cambio producido por las recién adoptadas anilinas comerciales.


Atavíos y ornamentos

En muchos lugares de Venezuela, principalmente en los fríos poblados andinos y entre las comunidades que habitan las zonas cálidas de nuestro territorio, hombres y mujeres, campesinos e indígenas utilizan diversos tejidos artesanales como parte de su indumentaria.

Una de las formas de ornamento que se dio entre los años 1910 y 1930 estuvo representada por los conocidos soles de Maracaibo, encajes de filete en forma de sol, que originalmente fueron material de iglesia y cuya posterior demanda fue estimulada por la migración de europeos a nuestro país. Con ellos se confeccionaban pañuelos, manteles, faldellines, mantillas, e incluso trajes de novia.

La tradición de su tejido, que comenzó siendo una minuciosa tarea de hogar para las mujeres, aún se conserva en el estado Zulia. Sobre un bastidor de madera o una base redonda provista de un borde dentado, utilizando una aguja de coser o de bordar, se crea primero el centro del sol, donde convergen todos los rayos. En cada cruce de hilos se hace un nudo que sirve como soporte a las formas, las cuales luego se van enmarcando en un borde exterior tejido con reiteradas cadenas de puntillo. El uso de hilos de diferente espesor crea diversidad de texturas en los tradicionales diseños de palma abierta, rabito ’e perico, margarita, azucena y plumita.

Asimismo, están las alpargatas, tejidas originalmente a mano en pequeños telares de forma triangular, cuyos lados de madera dentada permiten asegurar los hilos de algodón o pabilo con los que se conforma una urdimbre en la que se inserta, con la ayuda de una aguja enhebrada en hilo doble, negro o de color, una trama de hilos cruzados. Con el tiempo, el telar triangular fue sustituido por una suerte de máquina metálica accionada con pedales, la cual hizo posible la fabricación de capelladas en serie.

La capellada es la parte del cuerpo de la alpargata que cubre el empeine; en algunas regiones, a ésta se le deja una abertura en la punta del dedo gordo. La capellada se une a la talonera por medio de dos cintas tejidas llamadas ataderos o correítas.

La capellada y la talonera se montan sobre una horma de madera, y son cosidas a una suela de cuero, caucho, goma, cocuiza o sisal trenzado. Las alpargatas no necesitan ataduras ya que se calzan fácilmente debido a la elasticidad del tejido.

En el contexto indígena, entre las pocas prendas de uso que todavía se tejen en Amazonas, están los guayucos hechos con hilos de algodón, que varían en tamaño y forma de acuerdo al grupo étnico. El pïrïsi por ejemplo, es un guayuco femenino Yanomami cuya parte posterior es un haz de cabos de algodón que forma un arco sobre los glúteos, y la anterior está hecha con una serie de hilos que caen como flecos sobre el pubis.

Los Ye’Kuana tejen una especie de delantal llamado muwaaju, el cual es utilizado por las jóvenes en el rito de paso de la infancia a la adolescencia. Esta prenda manifiesta una interesante adaptación de materiales no autóctonos, como la mostacilla, pequeñas cuentas de vidrio, principalmente de colores azul, blanco y rojo, que se insertan en el tejido.

Los indígenas venezolanos, dentro de la indumentaria cotidiana o ritual, también utilizan bandas y cordones tejidos como adorno corporal en cintura, brazos, pantorrillas, piernas y glúteos. Incluso todavía hoy los Yanomami confeccionan los llamados “cinturones amazónicos”, con los que atan el pene a un cordel de hilos de algodón que rodea la cintura.
Por su parte, los Wayuu tejen unas mochilas, conocidas como susu, las cuales según su tamaño y color son utilizadas como bolsos de mano para cargar objetos de valor y de uso cotidiano. Se tejen con algodón mercerizado en ganchillo, técnica introducida por misioneras a principio de siglo, que ha entrado a formar parte de la tradición Wayuu, adoptando los innumerables patrones decorativos de su estética textil y permitiendo la realización de artículos para la venta en menor tiempo que los fabricados en telar. Una variación de los susu son las mochilas de carga, piula, tejidas con cuero de chivo y anudadas en forma de malla.
Acceder a la estética textil y al simbolismo de los Wayuu precisa de una paciente travesía por mitos y leyendas para reconocer en ellos a Wareke, la araña, tejedora mítica que enseñó a las mujeres el oficio del tejido. Wareke deglutió el algodón y de su boca salieron ya listos y torcidos los hilos para confeccionar chinchorros, fajas y el sheii, la rica manta funeraria en cuyo bosque de signos la araña artesana enseñó a los Wayuu a expresar la complejidad de sus ideas y prácticas sobre la vida y la muerte.


Redes y cuerdas

En Venezuela, la utilización de redes de pesca es anterior a la llegada de los españoles. En las regiones costeras, donde la pesca es la principal actividad económica, originalmente se utilizaban redes tejidas con fibras vegetales, hoy sustituidas por hilos sintéticos, lo que las hacen más livianas. Estos tejidos se elaboran directamente con los dedos o bien empleando grandes agujas de madera. En ocasiones se utiliza un armazón de bejuco grueso, a manera de telar.
Las redes de pesca más empleadas en las costas de nuestro país son el trasmallo, el chinchorro y la atarraya o tarraya, cada una con los agujeros más grandes o más pequeños de acuerdo con el tamaño de la presa.


La fabricación de cuerdas se ha conservado en Venezuela, a pesar de la existencia de grandes industrias cordeleras. Antiguamente se hacían cuerdas de cuero para ser utilizadas en la caza. Durante el período colonial, en muchas comunidades indígenas, la única prenda de vestir la constituían cuerdas tejidas de fibras vegetales. Desde entonces, las cuerdas se hicieron además indispensables para la adecuada colocación de hamacas y chinchorros, uso que aumentó su demanda, y actualmente existen artesanos que continúan tejiéndolas para colgaderos, así como para accesorios de montura, pesca y carga.
Muy poco se necesita para confeccionar cordones y mecates de distintas fibras, entre ellas el chiquichique, ampliamente utilizado por los indígenas del Río Negro. Los materiales para la confección de cuerdas varían según la región. Algunos grupos indígenas emplean cuerdas de algodón para delimitar el área de sus cultivos, mientas que otros usan cuerdas de curagua.


Glosario de fibras textiles

Algodón
(Gossypium sp.)
planta textil de la familia de las Malváceas, cuyo fruto en forma de cápsula contiene vellones blancos muy apreciados para la fabricación de telas. En Venezuela, el algodón se produce principalmente en los estados Barinas, Portuguesa, Guárico y Apure. Las fibras de algodón se clasifican en extracortas, cortas, medianas y largas, según su longitud, lo que lo hace propicio para la fabricación de uno u otro producto.

Chiquichique
(Leopoldina piassaba W)
Palma de la cual se obtiene una fibra de gran resistencia usada en la confección de cuerdas, cepillos y escobas.

Cumare
(Astrocaryum tucuma)
Fibra que se utiliza principalmente en Anzoátegui y Guayana como materia prima para la fabricación de cuerdas, redes y  chinchorros.

Curagua
(Brocchinia sp.)
Planta fibrosa y resistente que existe en la región del Orinoco, donde se emplea para la fabricación de cuerdas. Actualmente se cultiva en Aguasay, Edo. Monagas, donde proporciona la materia prima para el tejido de chinchorros, correas, carteas, muñecas y bolsos. También se conoce como curaguete.

Dispopo
(Agave cocui)
Fibra de origen vegetal extraída de la planta del cocuy, con la cual se tejen chinchorros principalmente en Falcón y Lara. En nuestro país, ha sido sustituida por el sisal. También se conoce como cocuiza.

Majagua
(Anazagorea acuminata)
Planta de la cual se extra una fibra que se utiliza en la confección de cuerdas, cintas y asas.


Marima
(Antiaris sacciadora)
Fibra que se extrae de la corteza de un árbol. Sus capas suaves semejan una tela con la que se confeccionan vestidos, cordeles y cinchos.

Moriche
(Maurita flexuosa Linn)
Planta que crece al sureste de Venezuela –estados Amazonas, Bolívar, Anzoátegui, Monagas y Delta Amacuro–, de cuyas hojas se extrae una fibra fuerte y duradera que proporciona la materia prima para confeccionar chinchorros de moriche, implementos de pesca y muchos otros objetos de la cultura material.

Sisal
(Agave sisalana)
Planta xerófila de la familia Agavaceae, antiguamente cultivada por los mayas en la Península de Yucatán. Su fibra sedosa es empleada primordialmente para la fabricación de hilos, cordeles, mecates, telas, sacos, papel y otros objetos artesanales.

Lelia Delgado